Contra el exabrupto, la gramática
«Si los signos de puntuación están desapareciendo, excepto el punto y a veces la coma, es porque están desapareciendo lo que expresan»
Quien haya tenido ocasión de asomarse al abismo de las relaciones paternofiliales, y no digamos ya al de las relaciones entre educandos, habrá podido comprobar el progresivo deterioro de los referentes culturales más comunes, sometidos como están a unos programas de enseñanza que preparan a la juventud, de forma rápida y sintética, para la vida moderna que consiste en no saber nada de todo y –supuestamente– mucho de una sola cosa. Todos conocemos los aterradores resultados que, a este respecto, llevan arrojando las encuestas sobre el rendimiento escolar desde hace ya muchos años, y que desde 1997 (cuyos datos utilizo para este artículo), cuando todavía no se había impuesto la “escritura rápida” de los mensajes en redes sociales, al parecer no sólo no han cambiado, sino empeorado. Escribir en un móvil es un latazo y esas limitaciones están contribuyendo a acabar del todo con la ortografía y también con el uso de los signos diacríticos y de puntuación. Incluso yo, que siempre pienso en aquello que decía Eugenio D’Ors de «contra el exabrupto, la gramática» y me paso horas buscando en mi móvil la exigua oferta de ese tipo de signos, a veces fracaso en el intento.
Ya en aquel año que me sirve de referencia, el 95% de los alumnos de 16 años cometía faltas de ortografía y muy pocos eran capaces de expresarse correctamente por escrito. Las mayores dificultades de comprensión lectora la tenían con textos literarios y no así con los divulgativos e informativos, excepto si contenían argumentos contrapuestos. Pero lo más grave de todo es que sólo uno de cada cuatro encuestados reconocía las ideas secundarias y los enunciados de sintaxis compleja, sentidos dobles o figurados. Creo que no es necesario insistir en las consecuencias que ha tenido este perfil cultural, exento de matices, veinticuatro años y algunas generaciones después, en el entramado social, cuando los que así han sido educados son los que rigen ahora nuestros destinos…
Esto ha ocurrido porque en algún momento se ha roto la cadena. ¿Cómo pueden expresarse eficaz y elocuentemente unas personas a las que se les ha boicoteado cualquier posibilidad de hacerlo con corrección? Y, lo que es peor, ¿cómo pueden comprender por qué lo hacen? ¿Cómo comunican las noticias, los datos, los resultados científicos? Pues como lo hacen ahora. No en vano, se les ha privado drásticamente del mejor aliciente para conseguirlo: la práctica de la lectura y el cultivo de su pasado literario (en el sentido más amplio de la palabra y no el meramente ficcional), sacrificando todo su potencial intelectual y creativo, su inteligencia, en suma, en aras de una vida más práctica.
Me voy a centrar ahora en los signos de puntuación pues los considero cruciales para mi argumentación. Walter Benjamin, escribió un ensayo breve, y por ello dos veces bueno, sobre su decadencia, fenómeno común a todas las lenguas de una misma cultura y que, en la nuestra, se habría iniciado en la segunda década del siglo pasado. No encuentro ahora la fuente directa, pero más o menos decía que dicho desuso expresa de forma fehaciente un proceso de debilitación y simplificación argumentativa y un cambio muy significativo en la economía del lenguaje. Si los signos de puntuación están desapareciendo, excepto el punto y a veces la coma, es porque están desapareciendo lo que expresan. Pérdida que a mi entender hay que lamentar porque, bien utilizados, son muchas veces la clave de esa cosa misteriosa llamada estilo. ¿De qué sirve el signo de interrogación en una prosa aséptica y telegráfica? En español, donde tenemos la ultra precisión de abrirlo y cerrarlo, con lo que el efecto dramático se duplica, la pérdida también es doble. Y esto lo escribió Benjamin hace ya muchos años, cuando todavía se respetaba la gramática y había escritores con algo que decir.
Por otra parte, una prosa incisiva necesita guiones y paréntesis como los peces el agua en la que viven, pero ya no hay prosa incisiva. Una prosa irónica no podría sostenerse sin el precioso apoyo de los puntos suspensivos, eso que los portugueses con gran acierto llaman reticencias, o sin las comillas, pero ya no la entendería nadie. El punto y coma -hoy prácticamente en desuso- dejaba en suspenso una frase que con el solo punto sería demasiado imperativa y con la coma demasiado vaga. Y la coma, ese delicado instrumento de precisión, esa varita mágica que todo lo transforma, mal empleada puede hundir todo un argumento. En cuanto a la admiración -incluso la meramente retórica- necesita el apoyo de esas columnas, casi unos muros maestros, que la circundan, y dos puntos mejor que uno, como sabemos muy bien en nuestro idioma.
En una palabra, los signos de puntuación son los puntales arquitectónicos de la frase. Sin ellos ésta se convierte en una casa desolada, amueblada tan sólo por algún que otro punto que la delimita y, para los más complicados, por alguna coma que la determina. Cuando en los razonamientos se procede por intuiciones, por ráfagas estructuradas en consonancia con los géneros contemporáneos por excelencia -el balbuceo y el fragmento- entonces los signos de puntuación no sirven para nada. Son leyenda, como el último hombre sobre la tierra invadida por los vampiros de aquella famosa novela de Richard Matheson; y tal parece que pudiera ocurrir de un momento a otro si nadie lo remedia.