Feminismo de hashtag y pintalabios
«El feminismo debería ser un ámbito lleno de matices, contradicciones y ambivalencias porque se mueve en la compleja intersección de la naturaleza y de la cultura»
Asalta la duda de si estas guerras culturales basadas en lo identitario y en los hashtag y los gestos simbólicos pueden dar respuesta a los problemas de nuestras sociedades sofisticadas y posindustriales. La respuesta es que quizás no, pero son el reflejo de nuevas preocupaciones, sensibilidades y modas identitarias. Si sobreviven significa que captura algo importante, y hoy la política ha creado una mercancía, las identidades, con una base de interés social, que preocupa sobre todo a personas que creen que lo personal es político, que su vida privada y todas las elecciones personales, desde su género, su orientación sexual, su estilo de vida (soltera o casada/ con hijos o sin hijos) hasta pintarse los labios de rojo son un elemento para expresar su identidad o ideología.
Estos movimientos identitarios han ido mutando los planteamientos teóricos marxistas de la lucha de clases y deslizándolos hacia el escenario de las identidades. El materialismo ha dado paso a la identidad y se impone a nosotros esta constatación: las pasiones, creencias y costumbres se contraponen unas a otras y las fuerzas colectivas de yuxtaposición, enredadas en guerras culturales, han superado al concepto de la casta de los dominantes y la masa de los dominados. Aparecen nuevas divisiones, todo se reduce a discursos maximalistas, se manifiestan una rabia y una beatería que dibuja una sociedad del agravio, del «todos contra todos». Es una yuxtaposición de identidades mutuamente excluyentes que ya no tiene nada que ver con la lucha de clases.
No hay que minusvalorar la capacidad de algunos políticos para catalizar y moldear todas estas pasiones y creencias y explotar las divisiones, gracias a ello algunos tienen un asiento en el Congreso como tiene usted una butaca en su salón. Apuestan por la política identitaria de gestos, símbolos y declaraciones polémicas para generar ruido. Muchas de las ideas mainstream que pintan de “revolucionarias” o “disidentes” al introducir elementos de la identidad se entrometen en la esfera privada. Por ejemplo, el feminismo identitario ha creado una cosmovisión o metanarrativa que se centra en los agravios sociales y culturales y nos dice a las mujeres qué tipo de actitudes son machistas, cuáles son excesivas o cómo tienes que sentirte si un hombre te piropea. Como si las mujeres no pudieran adquirir la responsabilidad de decidir por ellas mismas, o como si todas tuvieran que pensar y sentir lo mismo.
Montano hablaba este lunes en su artículo, Mujeres potentes, de una nueva feminidad aludiendo a Flasspöhler, autora de La potencia femenina, que dice provocaciones pinkerianas tales como: «Legalmente, el patriarcado pertenece al pasado. La mujer potente lo ha superado incluso en el plano psicológico». El feminismo de Flasspöhler reivindica que hay otro tipo de mujer que se parece más a las mujeres que yo siempre he admirado, que tienen dominio de sí mismas y personalidad, su inteligencia y su erotismo no personifican ni el buenísimo rousseauniano, ni el victimismo ni la fragilidad. Las «mujeres potentes» creen que el actual «feminismo de hashtag» reproduce una imagen patriarcal del mundo y de la feminidad que está un tanto estereotipado.
El feminismo debería ser un ámbito lleno de matices, contradicciones y ambivalencias porque se mueve en la compleja intersección de la naturaleza y de la cultura. La teoría feminista los ha simplificado y politizado, creando normas morales y patrones de conducta colectivos. En palabras de Camille Paglia, la naturaleza de la mujer es más fuerte que las construcciones identitarias, «no se puede ‘estipular‘ mediante códigos de conveniencia social o moral, ya provengan de la izquierda o la derecha política, pues el fascismo de la naturaleza es mayor que el de cualquier sociedad». La autora de Sexual personae reivindica un feminismo que se oponga a la sobrerregulación de las conductas, y en esta línea podríamos rescatar la figura la mujer educada ‘fallida’ que no se identifica con los patrones de yuxtaposición que trabajan los movimientos colectivos o con sentimientos y emociones estandarizados.
También hemos ido viendo que todos estos movimientos colectivos están ligados a la agenda política de algunos partidos, el voto al partido viene incluido en el pack identitario. «Es una estrategia política tratar de apropiarse del feminismo y considerar que el movimiento solo puede ser equis, pero como casi cualquier otro objetivo general: igualdad, libertad, justicia etc.» explicaba Arias Maldonado en una entrevista sobre su libro Fe(Male) Gaze. Parte de la simplificación y el dogmatismo del feminismo actual se debe a que este movimiento se ha politizado, una muestra de ello es el movimiento del pintalabios y el hasthag que ha salido en redes sociales defensa de una candidata a las elecciones presidenciales de Portugal de este domingo. ¿Son los derechos de las mujeres lo que defendemos o estamos participando en la campaña electoral de Portugal?