Contra la monserga natalista
«En el mundo real, la maternidad no es un estigma. La antimaternidad radical solo existe en las fantasías anti-sesentayochistas de conservadores atrapados en los años setenta. La izquierda de hoy no es antinatalista»
Un artículo reciente de Aloma Rodríguez en este medio provocó una pequeña tormenta en Twitter. En él, la autora respondía a varios autores, desde María Palmero en Voz Pópuli a Pedro Herrero (@aparachiqui) en Twitter, que han escrito recientemente sobre natalidad y maternidad. Rodríguez no se quejaba de que se promoviera tener hijos; se quejaba de la arrogancia, la superioridad moral y la crítica a un estereotipo del soltero egoísta, insolidario y hedonista. El individuo que decide voluntariamente que no quiere tener hijos, según esta caracterización, es en el mejor de los casos un amargado que se pierde una experiencia vital que le hará «mejor persona», y en el peor alguien que está fallando a la sociedad.
Los argumentos de los críticos de Aloma Rodríguez no defendían sus posturas porque estuvieran preocupados con el reto demográfico, con nuestra pirámide poblacional invertida o con el sistema de pensiones. Tampoco (salvo algún participante más inteligente y elegante) señalaban los problemas estructurales que dificultan la crianza (en encuestas, la mayoría de millennials desean tener hijos pero creen que no pueden).
En el mundo real, la maternidad no es un estigma. La antimaternidad radical solo existe en las fantasías anti-sesentayochistas de conservadores atrapados en los años setenta. La izquierda de hoy no es antinatalista. Pablo Iglesias e Irene Montero tienen tres hijos. Montero ha señalado que es conservadora en cuestiones de familia y relaciones. Podemos llegó al parlamento literalmente con un bebé bajo el brazo (el de Carolina Bescansa).Los medios de izquierdas como El País o El Diario están llenos de autoras escribiendo sobre maternidad y cuidados. Hay un boom literario sobre la maternidad. (Y se me ocurren influencers, desde María Pombo a Luna Miguel, que han defendido sin complejos la maternidad).
La clave del debate es simplemente meterse en la vida de otros. El deporte de decirle a los demás cómo vivir su vida, de proyectar tus obsesiones en público, es mucho más entretenido que el laissez faire. ¿De qué sirven mis convicciones si no puedo tirártelas a la cara, si no puedo moralizar con ellas? Muchos de estos conservadores faminazis (el concepto es de @aparachiqui, que yo sepa) llevan años criticando a la izquierda por defender que “lo personal es político”. Esa fórmula de la izquierda identitaria es una excusa para la moralización, el narcisismo político y para patrullar la vida privada de los demás. Hoy los faminazis reformulan ese concepto y lo ponen a su servicio: el acto privado e íntimo de tener hijos se convierte en objeto de evangelización pública.
Es un debate en el que es fácil el ad hominem: los padres entran en el debate con sus historias personales, que se vuelven automáticamente universales. Tener un hijo te cambió la vida, te hizo mejor persona, te ayudó a cuidar de los demás. Me lo creo y me parece estupendo. Pero yo quizá prefiera transitar el camino de la autosuperación vital por otro lado. O no. Ya veré. Pero suélteme el brazo.