El donoso escrutinio
«A falta de novelas de caballerías que expurgar, bueno sería acometer un donoso escrutinio que sometiese a discusión aquellas supercherías que tomamos por verdades»
Considerar que Dante es dantesco supone reducirlo al primer tercio de la Comedia. Joyceano es el epónimo que se aplica a todo libro ininteligible. Nietzscheano es un flatus vocis que, por exceso de uso, ya nada significa, como hegeliano, freudiano o darwiniano. Y orwelliano es todo contexto dominado por la falta de libertad y la propaganda. De todos los escritores, ninguno cuenta con una adjetivación tan popular como el autor de 1984. Y la suya, como todas las otras, va briosamente descaminada. Piénsese en cualquier tentativa de mantenerse alerta frente a los automatismos mentales, de enfrentarse a las argucias de la desinformación, de afirmar la verdad y denostar las socaliñas que buscan velarla… ¿A qué intelectual remiten, sino al bueno de Mr. Blair?
Una cita de Orwell, relativa al abandono de la veracidad, da comienzo a Son molinos, no gigantes (Península), el último ensayo de Irene Lozano (Madrid, 1971). En él se defiende que la democracia es un sistema de la razón, lo que obliga a la ciudadanía a una constante vigilancia epistémica. Dicha razón, que tiene más que ver con la kantiana «razón coagulada en instituciones» que con la weberiana «jaula de hierro», no encuentra su opuesto en la emoción, sino en la superstición. La autora sintetiza la idea en una imagen. El edificio en que Descartes se instaló en Ámsterdam era vecino del que, andando el tiempo, habitarían Ana Frank y su familia. Entre la razón y el oscurantismo no hay más que un patio de luces.
El presente artículo, como el libro que nos ocupa, toma su título del Quijote. Donoso y grande escrutinio fue el que la sobrina de Quijano, con ayuda del cura y el barbero, llevó a cabo en la biblioteca del hidalgo rural, lanzando al fuego aquellos libros deletéreos que le robaron el seso. A falta de novelas de caballerías que expurgar, bueno sería acometer un donoso escrutinio que sometiese a discusión aquellas supercherías que tomamos por verdades. ¿Será cierto el dictum que afirma que de la discusión surge la luz? Según Bloy, lo que surgen son los sopapos, conque esa luz es, por fuerza, la de las estrellas que vemos cuando nos cruzan la cara. Discutere deriva de quatere, sacudir, que es lo que hacían los romanos con las raíces para ver si eran sólidas. Lo que, bien mirado, tiene más que ver con someter a crítica nuestros argumentos que con sacudir cuatro leches al vecino.
En el prólogo de los Ensayos de Orwell (Debate) afirmaba Lozano que, en tiempos oscuros, las virtudes morales adoptan la forma de virtudes literarias. Quien haya leído La política y la lengua inglesa lo entenderá. Allí sostenía Orwell que las frases hechas y los pensamientos inerciales son tentativas de colonizar nuestra mente, de suerte que uno debe mantenerse en guardia frente a ellos. La lucha contra el tópico es, ante todo, una lucha moral. Orwelliana, en su mejor acepción, es la cadena de anillos eslabonados que forman los ensayos de Lozano. Relumbraba una frase del poeta Hölderlin en el frontis de Lenguas en guerra (Espasa), ensayo en que la filósofa diseccionó las estrategias de manipulación nacionalista: «Al hombre le ha sido dado el más peligroso de los bienes, el lenguaje».
En El saqueo de la imaginación (Debate) abordó los peligros de la comunicación instantánea. La inflación del periodismo hace que este, por exceso de información, se devalúe. Si comunicación deriva de communis, que significa compartir, la sociedad hipercomunicada, al arrumbar la verdad y atiborrarnos con información trivial, contribuye paradójicamente a la fragmentación. La autora vuelve a tirar de este hilo en Son molinos, no gigantes. La economía de la atención precisa de lectores siempre conectados, «ojos sin párpados que contemplasen de manera permanentemente la pantalla», de la misma manera que Joyce soñaba con un lector ideal dotado de un insomnio perpetuo. La distancia entre uno y otro es el trecho que media entre dispersión y concentración, esto es, entre agitación y sosiego.