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El poderío: de Lola Flores a Lady Gaga

«Mientras nadie incite al odio a la mujer o a tratarla como un ser inferior, se permite en nombre del arte (y del mal gusto) apelar a las bajas pasiones del ser humano. Y con ello, la izquierda se impone en el relato, pero la derecha conquista el mercado»

Opinión

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  • Laura Fàbregas (Barcelona, 1987) se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus primeros pasos en el periodismo los dio en Catalunya Ràdio, cubriendo la información política desde Madrid. También trabajó en la corresponsalía de Roma de la emisora radiofónica Cadena Ser, y posteriormente estuvo cinco años trabajando para la delegación catalana de El Español hasta incorporarse en la sección de Nacional, donde abarcó la actualidad del Gobierno. Su última etapa antes de desembarcar en The Objective fue en Vozpópuli como redactora de política.

Solo hay que echarle un vistazo a la lista de canciones más escuchadas de los últimos años en YouTube para constatar el abismo real que hay entre el feminismo de cuarta ola –fenómeno eminentemente mediático– y lo que se impone en el mercado, que vende sobre todo carne. Humana y de mujer.

De las cuatro babys de Maluma a la danza del culo de Miley Cyrus con Robin Thickle en la gala de los premios de la MTV. Son letras o gestos en los que la mujer suele ser un mero objeto. Estas licencias se perdonan en el nombre del dinero siempre y cuando estos artistas renieguen del machismo en sus declaraciones públicas. Es decir, fuera del escenario. 

Es una suerte de hipocresía con la que la mayoría convive felizmente. Pero la hipocresía es también una seña de civilización: Mientras nadie incite al odio a la mujer o a tratarla como un ser inferior, se permite en nombre del arte (y del mal gusto) apelar a las bajas pasiones del ser humano. Y con ello, la izquierda se impone en el relato, pero la derecha conquista el mercado. Cuestión parecida pasa con Sálvame, a cuyo presentador, Jorge Javier Vázquez, se le perdona la basura que hace por sus ataques constantes a Isabel Díaz Ayuso y al PP. 

Entre la serie de artistas que produce el mercado hay excepciones que escapan del cánon de fémina y de belleza imperante. Y esto es porque el capitalismo, pese a sus cánones, siempre es más abierto y magnánimo que la tribu cerrada. En el mundo del pop, Madonna o Lady Gaga son lo opuesto a Britney Spears o Beyoncé. El caso de Spears es paradigmático: su padre vuelve a tener su tutela legal. Una mujer mayor de edad, sin poderío, que diría Lola Flores.    

En el caso de la reina del pop, nunca fue la más guapa ni la que mejor bailaba, pero sí la más libre. Con Lady Gaga, otra italiana, sucede lo mismo. Su cara y su estilo son únicos, independientemente de lo que opines de su música. Es ella misma y no una réplica de nadie.