Los jueces y la compresión lectora
«Si hubiera que condenar a los que se lucran hozando en el cieno de las desgracias ajenas, los tertulianos y presentadores de los matinales iban a tener que montar un plató en Alcalá Meco»
La semana pasada nos enteramos de que Pablo Hasel va a entrar en la cárcel por unos tuits y unas canciones. Aunque no siento ninguna simpatía por su música ni por sus planteamientos políticos, no tengo que esforzarme mucho para entender que no es lo mismo decir «hay que matar a fulano» que poner los medios necesarios, conspirar o instigar la muerte de fulano. Me asombra que gente que ha aprobado las durísimas oposiciones de la judicatura no comprenda algo tan elemental.
Mucho más desapercibida ha pasado la condena por parte del Supremo al «autor del tour de la manada». Dieciocho meses y quince mil euros. El hecho en cuestión es como sigue: un colectivo crea una web en la que se ofrece un tour turístico por los escenarios del deleznable crimen. Cuando se viraliza, sacan un comunicado afirmando que el tour en cuestión no existe, que se trata de una acción para poner en evidencia la cobertura amarillista de los grandes medios de comunicación (que habían recreado el suceso como si fuese una yincana). Que el tour no era tal se comprueba fácilmente: no habían preparado la infraestructura para llevarlo a cabo. Se inicia un proceso judicial que se desestima por petición de la fiscalía. Posteriormente, la víctima de la violación se querella y el recorrido judicial del asunto termina en la condena citada. Mientras tanto, los medios de comunicación recogen el acontecimiento como si lo que se juzgase fuera, en efecto, el intento de lucro mediante un paquete turístico y no una acción paródica.
A mí, la acción «tour de la manada» me parece, como poco, miope e infantil. Reproducir literalmente aquello que se quiere criticar no parece muy astuto. Mucho menos, suponer que el mensaje «finísimo» de la ironía no se va a perder en la distorsión que sufre todo lo que se disemina por internet. En términos de eficacia comunicativa, el resultado es regulero. Asumamos de una vez por todas que la ironía no es un instrumento revolucionario, sino el último resquicio de la autosatisfacción intelectual. Quizás, en mitad del lodazal mediático que fue todo aquello, lo verdaderamente contestatario hubiese sido no contribuir al ruido.
Claro que esta acción puede merecer una crítica severa, pero no un proceso judicial (con sus consiguientes penas asociadas, como que te larguen del trabajo a causa de ello). Máxime, cuando se juzga algo que no ocurrió porque no estaba previsto que ocurriese: la comercialización de un producto turístico. Si hubiera que condenar a los que se lucran hozando en el cieno de las desgracias ajenas, los tertulianos y presentadores de los matinales iban a tener que montar un plató en Alcalá Meco.