Abba Antonio
«Al mirar el presente con las gafas del pasado, nuestra vista se vuelve más precisa. La historia de la cultura es bella y verdadera»
En una ocasión, al abba Antonio le elogiaron las virtudes de un hermano monje. El sol, en el desierto, brilla alto y ninguna sombra permanece, pensó el anacoreta egipcio. Me agradaría conocerlo, dijo. Pero, por supuesto, a continuación se preguntó si es posible encontrar a alguien que carezca de sombras. Lo dudaba porque había sondeado tantas veces su propia alma que sabía cuál es el peso de las riquezas. Mientras esperaba la llegada de aquel hermano, se recogió en su celda y recordó que, una vez en Alejandría, vio hundirse un barco sobrecargado de oro y joyas en la bocana del puerto. ¿Qué dicen esos pensamientos de nosotros?, se preguntó. Cosas ya sabidas, fue su respuesta. Entre los monjes circulaban los avisos de santa Sinclética, donde se les alertaba de la falsa gloria: «Lo mismo que un tesoro descubierto enseguida desaparece, así también cualquier virtud queda destruida cuando se hace notar o se hace pública. Como el fuego deshace la cera, así también la alabanza hace perder al alma su vigor y la energía de las virtudes». Afuera el sol lucía en su cénit, aunque pronto fuera a llover. Antonio lo sabía –eso sí lo sabía.
Al caer la tarde, se presentó el asceta en la celda del abba Antonio. Era joven. El anciano lo invitó a entrar y «quiso probarlo viendo si soportaba una injuria –según leemos en los apotegmas–. Y cuando vio que no, le dijo: «Te pareces a una casa con una hermosa fachada, pero que por detrás está desvalijada por los ladrones». El episodio se detiene aquí. Hay historias que se interrumpen.
Los dichos de los padres de desierto fueron escritos en el siglo V, haciéndose eco de una tradición secular. El pasado ilumina todas las épocas –también la nuestra, claro está. ¿Fue la Transición una hermosa fachada desvalijada por los ladrones? ¿Lo es la Unión Europea, tan burocrática, tan torpe a la hora de afrontar los desafíos? ¿Es una hermosa fachada ese gobierno social-podemita, que exhibe su superioridad moral a golpe de decreto? A saber, porque la política tiene mucho de arte noble, pero también de espejismo, de falso jardín de las especias. Entre la virtud y la destrucción hay a menudo un trecho muy corto.
Otro monje vio pecar a un hermano. Quizás fuera aquel hombre que se vanagloriaba de su bondad. Sólo quizás. La vida se sitúa ahí, en ese «tal vez» que pudo ser o no ser. Sabemos que el monje lloró amargamente al ver a ese hermano caer. Sabemos lo que dijo el monje: «Hoy él, y mañana yo».
Pero ¿es eso cierto? ¿Caemos todos? Sí, sin duda. Lo importante es cómo lo hagamos y cómo reaccionemos ante nuestros errores. Un día, Abba Antonio vio una infinidad de lazos tendidos sobre la tierra. Esas trampas desperdigadas eran los cepos que nos esperan. Al contemplarlos, sintió un escalofrío y, gimiendo, se preguntó: «¿Quién podrá escapar de todos ellos?». Y en aquel momento oyó una voz que le decía: «Lo que tú no puedes, lo podrá la humildad».
¿Recordó entonces el Padre Antonio la historia de aquel primer monje? ¿Lo recordamos nosotros cuando vemos caer en el firmamento los relámpagos del poder? Al mirar el presente con las gafas del pasado, nuestra vista se vuelve más precisa. La historia de la cultura es bella y verdadera. Y está hecha de vino y de ceniza.