Hiperventilados del 14-F
«Como bien sabe el señor Iceta, los votantes del PSC son gente mayor y de orden; no solo ellos, pero ellos también»
Miquel Iceta parece un tipo listo. Simpático, listo, escurridizo… En su estreno como ministro en el Congreso, el miércoles 3 de febrero, se definió a sí mismo como “nasío pá pactá” (nacido para pactar), pero antes que eso Iceta es un hombre nasío pá’seguí, sea quien sea el mando. Para no incomodar al jefe utiliza el manido recurso de dirigir a cualquier incauto que pasaba por ahí aquellos mensajes clave -pero poco agradables- que debería escuchar ese mando al que no dirá nada inconveniente porque él es muy simpático.
Pasaba por allí el diputado Rufián, con las conocidas quejas de Esquerra por la ocurrencia de Sánchez de impulsar la candidatura de Illa y hacer así visible la voluntad socialista de encabezar otro Frankenstein en Cataluña. No sólo de formarlo, sino encima encabezarlo con ERC de acompañante. Eso no puede ser, al menos en campaña. Iceta evitó las tiernas quejas rufianescas y aprovechó el lance para enviar un mensaje a propios y cercanos: «Usted me habla del apoyo de Vox», arrancó para darse paso. «A ustedes les está interesando mucho -muy equivocadamente- darle protagonismo a Vox en esta campaña».
A ver, a quien está interesándole mucho -muchísimo- dar protagonismo político a Vox es al señor Sánchez, que lo ha elevado a partido de Estado. ¿Muy equivocadamente? Ya. Aún más lo es impedir violentamente que Vox pueda hacer campaña electoral. Eso es fascista, sencillamente. Y aunque la violencia política -por desgracia- suele beneficiar a los agresores por el aplastamiento de los agredidos, habrá un día en el que dejará de hacerlo.
Como habrá un día en el que la operación Illa quedará en nada. Se disolverá en su desprecio al virus. Todo el mundo ha entendido que el efecto Illa es una ingeniosa operación de marketing para captar a los votantes de Ciudadanos de 2017. Y el defecto Illa es la constatación de que la ambición de Sánchez ignora absolutamente el bienestar, la salud y la vida de todos los españoles, también de los catalanes.
Lo razonable, al ver el galopante avance de la tercera ola, habría sido impulsar una fórmula sensata y pactada para retrasar las elecciones por motivos estrictamente sanitarios: es decir, hasta que unos indicadores objetivos de evolución de contagios, ingresos hospitalarios y fallecidos garantizaran una segura convocatoria electoral. Eso pudo liderarlo el señor Illa como ministro de Sanidad: ni eso supo liderar el señor Illa como ministro de Sanidad.
Mantener el 14-F en mitad de una mortífera tercera ola nos va a llevar a unas elecciones más que atípicas, con una abstención histórica en el peor sentido de la palabra, y con problemas añadidos -que pueden ser graves- en la constitución de las mesas electorales y en el recuento de los votos. Esas encuestas que dan a Illa como ganador están realizadas con la premisa de una abstención normal, o poco mayor de lo normal, pero no es impensable una abstención enorme y anormal.
Abstención enorme no es abstención simétrica. No se repartirá igual entre todos los partidos porque en ella influyen elementos como la edad, el miedo al contagio y el activismo militante. Como bien sabe el señor Iceta, los votantes del PSC son gente mayor y de orden; no solo ellos, pero ellos también. Son personas que han cumplido todas las instrucciones que les han ido dando: quedarse en casa, no estar con los nietos, no abrazar a los amigos, no ir al pueblo… Ellos (no solo ellos) están sufriendo todo el impacto de la pandemia: en salud, en empleo, en oportunidades, en modo de vida; y todos ellos tienen motivos sobrados para considerar una burla que lo único que esté autorizado hacer en estos tiempos de Covid sea ir a votar… aunque sea ir votar por Illa.
Además, el activismo militante no es cosa del PSC; posiblemente nunca lo fue. Es más una característica de independentistas hiperventilados. Y de esos hiperventilados dependerá la formación a tiempo de las mesas electorales.
Un número creciente de los vocales que han sido convocados reclaman no ir por miedo al contagio. Falta por ver cuántos no llegarán a presentarse a tiempo el domingo 14. Y basta con que los independentistas convoquen a sus más hiperventilados votantes en cada colegio -en un ejercicio de extrema puntualidad- para que cubran los huecos que queden en las mesas. Si deciden acudir a su colegio a primera hora de la mañana, ellos formarán las mesas donde falten ciudadanos atemorizados, y si deciden boicotear la celebración de los comicios, no se celebrarán. Como indicador adelantado, el Govern ya ha avisado de que puede posponer todo el recuento si se retrasa la votación en algunas mesas por incomparecencia de vocales.
El caos beneficia a los independentistas hiperventilados, no a ningún partido de orden; no diremos «constitucional» para evitar ataques de risa. Como tampoco anima al votante tradicional del PSOE que su actual socio preferente de ERC comparta mitin central de campaña con Arnaldo Otegi.
Una última cosa. Insuflar fuerzas a Vox no solo perjudica al PP. También afecta mucho a Ciudadanos. Y resta votos al PSC… incluso a Podemos. ¿Que no? Sí. Baste recordar dónde nacieron tantos votantes del PSC, cuál es su extracción social, y cuánto están sufriendo por esta crisis del Covid, sumada a las anteriores. Tienen bien grabado en su memoria el sentimiento de la humillación, que ahora están reviviendo contra su voluntad y sin remedio, y acumulan motivos sobrados para buscar una salida a su hartazgo en forma de nuevo liderazgo de los humillados.
Si la búsqueda de esa salida fuera una decisión razonada, meditada y sensata podrían pensar en el liderazgo de Alejandro Fernández. No es el caso. Como es solo visceral, cuanto más bravo y novedoso sea ese liderazgo, mejor. Es el otro lado del espejo de los hiperventilados. Unos y otros marcarán la jornada electoral del 14 de febrero, y también sus resultados.