Los ‘youtubers’ como síntoma
«Los youtubers son la punta de un iceberg mucho más digno de preocupación. Son un síntoma, no la causa, y con su huida retratan una época que, ojalá, termine de pasar»
El debate en torno al traslado a Andorra de varios youtubers ha continuado, como era previsible, en encuentros en YouTube con los propios interesados. Dejando de lado el pésimo nivel general de sus explicaciones e intentos de justificación –con uno de ellos pidiendo un aeropuerto en Andorra para poder viajar más a España–, la dialéctica tiene la misma utilidad que la de negociar con fumadores empedernidos la ley antitabaco. ¿Qué van a decir? Sin embargo, algunas de sus palabras y salidas sí tienen cierto valor como categoría de una época y sus retóricas. Por eso fijarse tanto en ellos puede resultar atractivo y sencillo, pero no apunta en la dirección adecuada si se quieren cambiar las cosas respecto de los impuestos y las injusticias fiscales.
Durante el primer debate presidencial de 2016 entre Hillary Clinton y Donald Trump, la demócrata creyó ver un punto débil en la situación tributaria del republicano. Le acusaba de deber dinero a Hacienda y de haber pagado una cantidad ridícula de impuestos para todos los millones y propiedades que decía acumular. Pero Trump, lejos de amilanarse y ponerse a la defensiva, como esperaba Clinton, la miró altivo y soltó un orgulloso: «Eso es porque soy listo». A la vista de los resultados, no le afectó demasiado en las urnas. Como tampoco lo hacía años atrás en Italia cuando su primer ministro, Silvio Berlusconi, decía que evadir impuestos era una «verdad» de «derecho natural» y una práctica «moralmente justa».
Con menos descaro y fanfarronería, pero con bastantes más dólares, es lo que hacen muchas grandes compañías a través de ingeniería fiscal. La triangulación de ingresos y pérdidas a través de sedes en paraísos fiscales es una práctica abierta y, paradójicamente, transparente. Todos sabemos que se hace, cómo se hace y dónde se hace, y no siempre es en islas exóticas o en regímenes autoritarios. Los tenemos cerca. Incluso una compañía ahora tan reputada como Pfizer gracias a su eficaz vacuna contra la Covid-19 provocó un revuelo político importante en Estados Unidos hace pocos años cuando anunció la compra de la farmacéutica Allargen y su traslado a Irlanda para pagar bastantes menos impuestos. Obama puso pie en pared en año electoral –sin que le sirviera de mucho a Clinton– y aquella operación que el presidente calificó de «poco patriótica» saltó por los aires, pero la tendencia de fondo que revelaba era clara y sigue vigente. Al fin y al cabo, el mantra de las últimas décadas para la gestión de la gran empresa estaba inspirado por aquel dictum del economista de la Escuela de Chicago Milton Friedman, que decía que la única obligación de una compañía era maximizar el beneficio del accionista. Con otras palabras, pero con el mismo fondo, muchos son los mensajes que hemos recibido en estos años en los que cualquier tropelía fiscal se justificaba en términos de competencia.
Si es una práctica bendecida por los discursos y la propia narrativa de una época, si grandes empresas la practican e incluso líderes políticos la defienden, si cualquier impuesto es un «robo» o me lo quita «el Estado por la cara» a decir de algún exdiputado, si la mera existencia de tributos es mala de por sí y hay que bajarlos en cualquier circunstancia, ¿cómo sorprenderse que algún youtuber despistado por la fama, la juventud o el dinero a espuertas no se lo piense? Bien está que la confesión del traslado para pagar menos impuestos provoque rechazo social y penalizaciones en la reputación o la imagen, pero los youtubers son la punta de un iceberg mucho más digno de preocupación. Son un síntoma, no la causa, y con su huida retratan una época que, ojalá, termine de pasar.