Contra la pesadez identitaria, humor
«La genialidad del humorista consiste en que consigue desapegarse y desnudar al personaje, y en este momento rompe con la mecanicidad del pensamiento»
Si tuviera que escoger un elemento propicio para superar la pesadez de los tiempos modernos, optaría por el humor satírico, demostrando que contiene el secreto de la levedad. Lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, las ideologías identitarias, es en realidad furor pesado, una política pesada como una losa. Furor o sosiego. Peso o levedad. El interrogante de Parménides: «¿Qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?», hizo escribir a Milan Kundera La insoportable levedad del ser. «El peso del vivir para Kundera está en toda forma de constricción (…) que termina por envolver toda existencia con nudos cada vez más apretados», escribió Calvino. La defensa de la levedad era la primera de las Propuestas para el nuevo milenio del gran escritor italiano. Henri Bergson hablaba de la división entre tensión y elasticidad, «dos fuerzas complementarias que la vida pone en juego» y del dilema entre humor versus emoción.
La sátira es una combinación de humor y crítica, la clave está en que esa crítica traspasa algún límite, rompe un tabú o un convencionalismo; se resiste a la pesadez de la constricción y se dirige al ofendidito de forma leve, distante. La risa: ensayo sobre el significado de la comicidad, de Bergson, establece una diferenciación entre humor versus emoción: «Parece que la comicidad solo puede producir su estremecimiento cayendo en una superficie de alma bien tranquila, bien llana. La indiferencia es su entorno natural. El mayor enemigo de la risa es la emoción». Y si los sentimientos repelen la comicidad, ¿a quién se dirige, a quién apela ésta? «A la inteligencia pura», dice el filósofo francés. La genialidad del humorista consiste en que consigue desapegarse y desnudar al personaje, y en este momento rompe con la mecanicidad del pensamiento, produciendo un segundo de lucidez, una carcajada.
Hace unos días Le Monde calificó de error una de las viñetas del caricaturista Xavier Gorce, acusada de tránsfoba. En la caricatura hay un pingüino que le dice a otro: «¿Si ha abusado de mí el hermanastro adoptivo de la novia de mi padre transgénero que ahora es mi madre, es incesto?». Los periodistas de la redacción y parte de los enloquecidos lectores de Le Monde consideraron que la conexión con la transidentidad, destinada a crear un efecto humorístico, era un asunto de poca gracia. Con su rectificación, el diario Le Monde se consagra como el periódico del convencionalismo sacerdotal en Francia. «Es un gran periódico que tiene tanto miedo de no gustar a los nuevos revolucionarios que camina sobre una fina capa de hielo», decía el escritor Pascal Bruckner en una entrevista.
Detrás de esta jauría de los nuevos administradores contables del humor rezuma el victimismo, la predominancia de lo emocional. Esto conduce a una deficiencia mental más típicamente conocida como «mentalidad literal» que se implica problemas de comprensión lectora, o problemas a la hora de diferenciar entre lo satírico y lo literal (el escritor y viñetista Daniel Gascón lo analizaba en un artículo en defensa del humor: Miserias de la mente literal). Los artistas, poetas, guionistas, novelistas y cuentachistes son el blanco del wokismo y su mentalidad homogénea, literal. El identitario es un agelastra sin sentido del humor, se toma demasiado en serio a sí mismo. Van demarcando los límites de la burla, hay temas de debate sagrados sobre los que no se puede bromear ni opinar. Además, están convencidos de que la verdad es única, de que todos debemos pensar lo mismo y de que las personas son aquello que aparentan o dicen ser.
La polémica de Le Monde se enmarca en un debate más amplio sobre la influencia de lo que ahora denominan cultura de la cancelación, que aboga por la dirección sacerdotal de las conciencias en Estados Unidos principalmente, pero cada vez más en Francia y en otros países de Europa. Esta es una tendencia que se aprecia en los colectivos identitarios, por mucho que algunas de sus reivindicaciones sean progresistas. Cancelar un chiste o pedir la muerte social de un caricaturista es más propio de la Santa Inquisición que de un ideal igualitario y noble, progresista. La pesadez de la política identitaria radica en su exceso emocional, que conduce a la intolerancia. Las democracias liberales, antes elevadas por la levedad de las ideas ahora están hablando un lenguaje más pesado, el de los sentimientos de agravio identitario.
Algunos como Gorce están poniendo las cartas sobre la mesa, al denunciar estas actitudes y negarse a aceptar un monopolio, una fórmula exclusiva del humor, o su cancelación. Francia, «patria de los derechos humanos y cuna de la democracia moderna» (Finkielkraut), es hija de la libertad, de la audaz emancipación del hombre. La renuncia de Gorce a seguir publicando en Le Monde («¡La libertad no se negocia!», ha dicho el caricaturista) es una reivindicación del «derecho a ofender» a aquellos que caen en el ridículo de proclamarse los únicos poseedores de la verdad, el progreso y de los valores universales. Quizás esta batalla del derecho a ofender versus derecho del ofendidito acabe definiendo el carácter liberal o sentimental, y por lo tanto el peso o la levedad, de nuestras sociedades democráticas.