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El asombroso caso de la violencia legítima

«Me tranquiliza saber que las autoridades competentes iniciarán las acciones oportunas: una campaña de vídeos graciosos en sus cuentas reglamentarias de TikTok»

Opinión

Pep Morell | EFE

  • Joaquín Jesús Sánchez (Sevilla, 1990) estudió Filosofía y escribe crítica de arte, crónicas malhumoradas y artículos de variedades. Puede seguir sus trepidantes aventuras en www.unmaletinmarron.com

La semana pasada, dos agentes de la policía nacional le pegaron una paliza a una muchacha de catorce años y a su padre. No estaban de servicio, sino tomándose unos botellines en un bar. Unos días antes, otra docena de nacionales (estos sí, uniformados y armados) se lanzaban contra unos chavales en la calle Atocha de Madrid sin que aún sepamos por qué. En los vídeos, que se grabaron pese a las intenciones de los heroicos agentes del orden, no se ve que los muchachos opusieran resistencia.

A comienzos de este mes (el 8), una pareja de municipales (en Arrecife, Lanzarote), detenía a un señor con poca delicadeza y se liaba a leches contra sus acompañantes, que intentaban inmortalizar la escenita. Una semana anterior me topé con otro vídeo, en el que un valeroso ertzaina le daba estacazos a un sindicalista que no lo estaba atacando. Podría seguir, pero es que se me pone mal cuerpo.

No hay que ser muy sagaz para detectar el común denominador: ciudadanos recibiendo palos y maderos intentando que nadie grabe su virtuoso cumplimiento del deber. Querría contraponer estas escenas a uno de los casos más finos de diplomacia policial que hemos visto en los últimos lustros. ¿Se acuerdan de aquella pandilla que quería ir a misa en el Valle de los Caídos? ¡Qué ímpetu piadoso! ¡Qué fervor sacramental! Y qué temple el de los agentes del orden, qué habilidad para pastorear a los exaltados sin el más mínimo uso de la fuerza.

Se ve que saben hacerlo, pero prefieren dar porrazos siempre y cuando los agredidos sean golpeables. Diré una maldad: pareciera que la policía no pretende defender a unos ciudadanos de otros más malvados, sino mantener un orden establecido que favorece a esos que no reciben hostiazos. Como a los uno les conviene la existencia de los otros (y viceversa), los casos de brutalidad quedan una y otra vez impunes, gracias al debido corporativismo y para (me imagino) proteger el buen nombre del cuerpo. Hechos aislados que los pérfidos antisistema quieren magnificar para hacer daño al Estado, la patria y el sursuncorda.

Para terminar con esta retahíla de inmundicias, leo que uno de los prendas detenidos en Linares había recibido quejas por acosar a menores, hecho que sin duda no desconocerían los astutos sabuesos de la jefatura local. «Que soy compañero, coño». No te lo pierdas: esos colegas tan indulgentes dispararon la otra tarde contra unos manifestantes con munición real ¡por error! Me tranquiliza saber que las autoridades competentes iniciarán las acciones oportunas: una campaña de vídeos graciosos en sus cuentas reglamentarias de TikTok.