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Carlos Mayoral

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«La democratización de la opinión que han traído consigo las redes sociales implica que todo personaje, sea público o no, sea futbolista o ingeniero, prometida o cuñado, vaya ligado al juicio que exhiba»

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Emilio Naranjo | EFE

Lo dijo Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool, con más elocuencia en cualquiera de sus palabras que en las quinientas que están ustedes a punto de leer aquí: ¿Para qué me preguntan a mí sobre un virus, si sólo soy un tipo con gorra mal afeitado?, le respondió a una periodista que pretendía conocer su opinión sobre el impacto de la pandemia, tras un partido de fútbol en el que su equipo había sido eliminado de no sé qué competición. Pues sí, Jürgen, toca opinar porque opinar es el sino de esta era. La democratización de la opinión que han traído consigo las redes sociales implica que todo personaje, sea público o no, sea futbolista o ingeniero, prometida o cuñado, vaya ligado al juicio que exhiba. De este modo, un escritor es más escritor si su opinión sobre los maremotos en Indonesia resulta llamativa, como lo es menos si su opinión sobre el feminismo no es la dominante.

Dentro de esta corriente de opiniólogos, el otro día vimos cómo Victoria Abril soltaba una barrabasada sobre las vacunas, se desató entonces la caja de Pandora, y como diría aquél: todo mal. Mal el que le puso un micrófono delante para hablar del asunto, mal Victoria por no contestar con gorra y barba de tres días, mal las redes sociales que lincharon a la señorita, y mal los que seguramente vean refutados sus prejuicios con una opinión que debiera pasar por irrelevante. Y luego está la segunda parte del asunto. Mañana, cuando se estrene su próxima película, algunos irán a verla por la valentía que demostró en rueda de prensa, otros dejarán de hacerlo por lo irresponsable de sus manifestaciones. Su oficio, el de actriz, habrá pasado a un tercer plano. En la era de la plebeyez opinante, la opiniología que impera habrá cumplido con su cometido: imponer lo superficial frente a lo profundo, la actualidad líquida frente al pasado.

A este fenómeno ya le puso palabras Ortega, que supo ver bien hacia dónde se dirigía el asunto en su teoría del hombre-masa. «Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre», dijo Ortega. Y yo estoy de acuerdo. Porque Victoria Abril, por poner sólo el último ejemplo de los muchos que abundan, es en profundidad mucho más que una opinión de mierda, y su opinión de mierda es mucho menos que lo que la masa concibe. Reivindico, pues, en esta columna que pongamos empeño en encontrar una cierta aristocracia opinante, que elijamos, como decía Ortega y Gasset en su célebre Rebelión de las Masas, a la minoría por encima de la muchedumbre, y que no juzguemos un currículum por un juicio desacertado. Dicho de otro modo: la virología para los virólogos, los controles de Mohammed Salah para Klopp y los guiones de Almodóvar para Abril. Quizá sea esta, frase con la que acaba esta columna, una sentencia de Perogrullo; pero a menudo hasta la verdad más conocida se halla en peligro cuando cae en manos de los opiniólogos de guardia.

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