Ya está aquí: diez años del 15-M
«Han pasado diez años, pero algunos lo aprovechan para retroceder el reloj a otras décadas»
Curiosidad sobre cómo celebrarán sus protagonistas políticos este décimo aniversario del 15-M. Una fecha que es una década pero que a veces nos parece un siglo. Los que tomaron el liderazgo institucional de aquellas manifestaciones han envejecido bien y mal: bien en lo personal, mal en las instituciones. Sus patrimonios han crecido considerablemente, y tienen un empleo casi asegurado de por vida -ya sólo les queda terminar cruzando una puerta giratoria, ¿os acordáis de ese concepto?-. Serán probablemente recordados a medio plazo en la historia de España, y han hecho carrera política. Sin embargo, la vida parlamentaria, tan integrados ellos en la democracia liberal, ha desgastado la credibilidad de sus mítines y de sus discursos. Siguen teniendo votantes y defensores, pero ni por asomo el contexto se asemeja a aquel de 2014, cuando se presentaban como políticos de marca blanca, transversales, participantes amateurs e ingenuos de un partido catch-all. Hoy son profesionales de la política, y por eso Iglesias abandona su cargo en el Gobierno -en una crisis social devastadora- y prefiere jugar a la España de los años treinta. Un juego en el que pierde la gestión sanitaria, las necesidades de los jóvenes millennials, el debate sobre las pensiones, la conciliación, los cuidados. Y todos esos asuntos que llevan siete años defendiendo, pero vistos los resultados no pasa de retórica oportunista.
¿Cómo celebrarán este aniversario? Pues no se sabe. Quizá las elecciones en la Comunidad de Madrid ocupen toda la panorámica del enfoque. Al respecto, es curioso cómo un partido que se suele posicionar con el federalismo, la autonomía, incluso apoye -aunque aquí ambiguos- el derecho de autodeterminación, sea tan centralista. Es curioso cómo Unidas Podemos está tan desaparecido de aquellas comunidades donde no haya un nacionalismo con influencia social. De Madrid no pasan sus intereses, y del resto es tan sólo cálculo para ganar elecciones: se camuflan con las sensibilidades nacionalistas de izquierdas y así ganan espacio entre los votantes. Aquella revolución del 15-M se queda, en este sentido, en lo de siempre: un país que necesita debates y reformas en su política territorial. Así llevamos ya lo suyo.
Otro tema muy de moda entre 2011 y 2014, y algo más tenue en años anteriores, era el de la transversalidad. O la necesidad de que nuevos partidos -ese mantra del tiempo nuevo-, con políticos normales, de la gente, se hicieran con el poder. Pues ellos son los que nos representaban, gente de a pie. Así se resolverían problemas como el de la corrupción sistemática. Pero lo cierto es que nada de esto se ha cumplido. De hecho, ahí están las investigaciones sobre la financiación irregular. Por no hablar de otras prácticas contrarias a cualquier modelo de conducta cívica: silenciar a los disidentes, señalar a periodistas, promover propaganda política en los medios, incurrir en evidentes incongruencias entre la palabra y los hechos. En cuanto a transversalidad y tiempo nuevo -la expresión viste carcoma-: lo único que ahora disfrutamos son dos bloques antagónicos perfectamente delimitados.
El 15-M nos proponía, sobre todo a una generación, un horizonte con esperanzas. Buenas intenciones. Decálogos por casi todos aceptados. También frases con dosis de ingenuidad y versos cursis de poetas adolescentes. Pero ha derivado en todo lo que ya había, y peor aún, peor incluso que un verso cursi de poeta adolescente. Han pasado diez años, pero algunos lo aprovechan para retroceder el reloj a otras décadas. Lo propositivo y reformista se ha transformado en apatía y en espejismo, cuando no en un contexto utópico. Se cumplen diez años de todo aquello. Nosotros no sabemos si hablar de aniversario o de funeral.