Superliga
«Nadie se despide elegantemente de sus privilegios. Pero las soflamas marxistas, viniendo de quienes han vivido como reyes gracias a que el fútbol era el negocio más lucrativo de la Tierra, son cuestionables»
Ayer pasé toda la tarde intentando que me importara el asunto de la Superliga y no lo conseguí. Vivo la creciente indiferencia por el fútbol como otro síntoma de alejamiento de mi juventud. He perdido el interés en el fútbol como se pierde la vista, con desánimo, pero con el consuelo resignado de que lo mejor está visto: asumo que han pasado los cien mejores partidos de mi vida.
No sé si la Superliga me parece bien o mal, pero en esta etapa, en que solo me conmueven las cosas que me recuerdan a algo, diría que no me interesa. El poco gusto que me queda por el fútbol está desvinculado del presente. No me interesa el deporte, me interesa la tradición, por eso me cautiva más el trofeo Teresa Herrera que la Liga de Naciones.
Si me esfuerzo, la Superliga me provoca dudas. ¿Puede alguien engancharse a un torneo sin leyenda? ¿Algún aficionado cambiaría una Copa de Europa por quince Superligas? Para quienes el apego al fútbol tiene más que ver con la nostalgia que con la pasión, estas son preguntas cardinales.
El atractivo de los duelos que se anuncian es innegable, pero no sabría cómo dibujar la curva de emoción de ese calendario. Las ocasiones especiales lo son porque resaltan entre la vida ordinaria. Lo que tienen los aniversarios es que no se celebran con frecuencia. ¿Partidazo semanal? La emoción es siempre proporcional a la exclusividad del evento.
A pesar de mi reticencia, personal y poco informada, he de reconocer que he vivido con regocijo algunas reacciones a la noticia. Hay quien ve peligrar su derecho de explotación de la mina del fútbol y ha enseñado las garras. Hablan de una esencia traicionada, denuncian su industrialización y la consiguiente mutación en espectáculo de masas, como si ahora los jugadores volvieran a casa en un Seat Panda. ¡Por favor! Esa melancólico cántico por los viejos tiempos ya era anacrónico cuando la Ley Bosman.
No les culpo; nadie se despide elegantemente de sus privilegios. Pero las soflamas marxistas, viniendo de quienes han vivido como reyes gracias a que el fútbol era el negocio más lucrativo de la Tierra, son cuestionables. Los futuros desheredados denuncian la Superliga como una conspiración capitalista, un zarpazo de los ricos contra los pobres. Lo próximo será un manifiesto firmado por cantautores.
La semana pasada jugaron Real Madrid y Barcelona. Todavía recuerdo cuando ese partido me alegraba la semana, inclinándola cuesta abajo hasta el domingo. El partido vertebraba la agenda. Entonces nos costaba encontrar sitio en el bar o unos padres que nos prestaran su salón. Hablo de hace mucho tiempo, cuando la radio iba acompasada con la tele. Ahora todo importa menos. ¿Superliga? Lo que me gustaría es volver a la temporada 1999-2000.
PS: Real Madrid y Barcelona, equipos con una rivalidad centenaria, han logrado ponerse de acuerdo. La Superliga demuestra, una vez más, que no hay más afinidad que el linaje, y que no hay más linaje que el linaje del tener.