Ciudadanos inclementes
«Y ahí está esa bella máquina, aún con gente buena dentro, paralizada en la línea de salida, cogiendo el humo sucio que dejan las otras al pasar»
¿De qué mueren los partidos políticos? Pareciera que de muy poco. Pongamos alguno a una prueba de choques. No hay caso de corrupción, ni linchamiento interno, ni discurso estúpido que no sobreviva. A toda velocidad se zumba, se estrella y sigue, con el chasis torcido y arrugado, a buscar su suerte en la carrera. En España, a veces incluso la gana. En los cinco años que llevo aquí he visto cantidad de coches políticos destartalados, con el motor asmático y el conductor morado, cruzar la meta y recibirse de champán.
Excepto Ciudadanos. Hace un par de abriles, era un Ferrari del 2000 rodeado de Fords de los setenta. Sin embargo, aquellos siguen y éste no. Hubo algo, alguna falla interna, que pareciera haberle apagado el motor para siempre. Y ahí está esa bella máquina, aún con gente buena dentro, paralizada en la línea de salida, cogiendo el humo sucio que dejan las otras al pasar.
Si las encuestas de Madrid aciertan, la condena que sufre Ciudadanos pareciera ser eterna. Y el crimen cometido, en un país que todo lo perdona, imperdonable. ¿Cuál fue? Se dice que el no haber aceptado ser socio de gobierno del PSOE tras las elecciones de abril del 2019, dando como resultado otra elección –la cuarta en cuatro años– y una coalición no hacia al centro sino hacia los extremos. En suma, el haberse contradicho, facilitando la entrada de aquello que se había pasado la vida luchando.
Pero esta tesis falla por una razón, pues, medular. Ciudadanos, en rigor, no se contradijo: hizo exactamente lo que dijo que iba a hacer. Recordemos que, en aquella campaña exitosa de abril, Rivera prometió (bajo firma) no pactar con el PSOE. De esa promesa depende, de hecho, el mejor resultado electoral de la historia del partido naranja. De forma que la mayor contradicción es ésta: que la razón de su victoria fue la razón de su derrota. Y esta contradicción, así descrita, no estuvo en el partido sino en el votante.
«Pudieron habernos consultado antes de llamar a otra elección», responden muchos. «Teníamos derecho a cambiar de opinión: si pactar servía para impedir los extremos, pues me lo hubiese pensado». Eso es completamente cierto. Seguramente Rivera debió haber seguido el ejemplo de Iglesias quien, con el chalé recién estrenado, hizo consultas en las bases del partido para compartir las culpas de aquella decisión: si me equivoco, yo nos equivocamos todos.
De todas formas, aquello hubiera significado otra contradicción: la de lo firmado en pre-campaña. En todo caso, la acusación, tan sonada, de que Ciudadanos no es creíble, es absurda ante el registro de los hechos: si los naranjas tienen que pedir perdón por algo no es por ser demasiado cambiantes, sino por ser precisamente demasiado firmes.
Le acusan a Rivera de soberbio por no hacer esa consulta, de haber buceado en la arena tras espejismos de sorpassos. Pero de nuevo, ¿quién en política no ha sobrevivido brotes de arrogancia e hipocresía? Lo que impresiona, insisto, de esta historia no es que Rivera cometiese errores, que cometió muchos. Sino que los suyos fueran imperdonables en país tan clemente.
A mí me asombra cómo perdura todavía el enfado contra Ciudadanos. En un ambiente de opiniones balkanizadas, la de que Ciudadanos metió al fondo la pata impresiona por su colectiva fijeza. Conozco a muchos exvotantes naranjas que prefieren evitar el tema por el desagrado físico que les causa. Por eso ahora, en plena campaña madrileña, muchos siquiera se conectan a oír los discursos de los que alguna vez fueron sus líderes. Algunos ni saben si Arrimadas pidió disculpas por el error de su predecesor: no han querido, corazón roto, saberlo. De forma que la impiedad contra Ciudadanos se ha convertido ya en su propio mostrenco auto-profético: muchos los siguen prefiriendo a los demás partidos, pero no les votarán por miedo a perder su voto. Es decir, precisamente porque no los perdona nadie.
La inclemencia de los exvotantes naranjas es producto, en parte, de su infidelidad. Electores anti-tribales por definición, no se habían tatuado los colores. Como el que llega a España sin irle a ningún equipo de fútbol, en pleno juego cambian de bando. Con Ciudadanos en lecho de muerte, ahora se han desperdigado. El liberalismo español ya no es un grupo de personas, una civitas, sino una desunión de ideas (anti-independentismo, anti-populismo, reformismo) echadas al viento del resto de partidos. Mi temor es que esas ideas desaparezcan de pura soledad, absorbidas por frentes políticos que van de otras cosas.
Me gustaría poder ofrecer soluciones, pero no tengo más que el diagnóstico. Algo, sin embargo, queda claro: Ciudadanos sufre de una condena muy rara, ante crímenes para nada únicos y un juzgado no exento de culpas. Dar segundas oportunidades en política es cosa de liberales, anti-maximalistas por convicción. El principal enigma es que no ocurra.