Las mejores fantasías
Poder seguir leyendo las sucesivas entregas del diario de Andrés Trapiello es una de las principales razones que hay en este mundo para intentar no morirse
Se cuenta que en el verano de 1862, cuando se publicó Los miserables, Victor Hugo andaba ausente de París, e, inquieto por no saber cómo estaba siendo recibida por los lectores su nueva novela, tan potencialmente popular, telegrafió a su editor un lacónico «?». El editor lo pilló al vuelo, y, dado que en todas las librerías de las principales ciudades francesas se estaban formando colas y hasta tumultos para comprar el libro, respondió con un revelador y suficiente «!».
Hace diez días, el miércoles 23, se abrieron los canales virtuales de venta del nuevo libro de Andrés Trapiello, el tomo vigésimo tercero de sus diarios, y no sé qué ha pasado al respecto, pero me gustaría que se pudiera replicar lo de Hugo, el epistolario más breve de la Historia, pues eso significaría que va creciendo la densidad de población del Salón de Pasos Perdidos, lo cual sería, en sí misma, otra gran noticia, porque se trata del libro más importante y más feliz que se está escribiendo y publicando en este tiempo, entre nosotros, en este país… De hecho, este libro en marcha es lo primero verdaderamente importante que sucede en la narrativa española en algunas décadas (y subrayo el “verdaderamente”), con la particularidad de que no se trata de un hito puntual, sino un fenómeno transversal, duradero: lleva treinta y un años publicándose, y seguirá saliendo, de modo que nadie debería pensar que exageramos a la hora de calibrar la singularidad de este proyecto, que, por extensión, por constancia y por calidad, no tiene precedentes comparables en la literatura española.
Tampoco es una conjetura sino un hecho comprobable que cada vez más personas se van sabiendo adictas al Salón, enganchadas a esa vida que se despliega. Probablemente no seamos todavía decenas de miles, pero desde luego tampoco somos unos cientos: el éxito de otros libros » y compromiso en determinadas iniciativas de tipo político (y no, amigos, no es que se haya hecho de derechas, es que en España somos de derechas todos aquellos que no nos manifestamos todo lo de izquierdas que aparentemente, teatralmente, se puede ser…), pueden haber despertado la curiosidad por asomarse al diario de Trapiello, más citado que leído (no porque se lea poco, sino porque se le alude muchísimo), y sería genial que así, al incorporarse ahora a la aventura, vayan comprendiendo que poder seguir leyendo las sucesivas entregas del diario de este libro único es una de las principales razones que hay en este mundo para intentar no morirse.
Sea como sea, el revulsivo más claro que implica el nuevo tomo es el cambio de editorial, así como el experimental modo de venta (pero pronto llegará a las imprescindibles librerías, como ha de ser) y, en mi opinión, el prodigioso diseño del nuevo proyecto, su perfección formal y los motivos de sus cubiertas (que deberían interesar al jurado de ese Premio al Libro Mejor Editado que entrega todos los años el Ministerio de Cultura). Pero ésos son, al cabo, razones extraliterarias. Lo importante está dentro, en el texto, y se diría que Trapiello se ha esmerado en re-estrenar este diario de un modo especial, pues se trata del mejor tomo en varios años.
La boda de R. y A. en Elche, un poeta leonés que gana el Premio Nacional de Poesía con unos poemas estrafalarios, dos viajes a París, una amabilísima editora francesa y su muy ilustre padre, un festival frustrado en Córdoba y otro disparatado en Granada, el Rastro (aunque quizás esas calles están aquí menos presentes que otras veces, como si el actual cierre por la pandemia hubiera afectado retrospectivamente al texto), un incidente en Toulouse, el ingreso de un amigo en la Academia de Farmacia, unos días con su madre, el recuerdo paternal de Ramón Gaya, la publicación y promoción de Los confines, los confines de Las Viñas…
El Salón de Pasos Perdidos es el libro que mejor hablará de lo que hemos sido en este tiempo, todo un testimonio de normalidad y gloria. Uno entiende y teme que el abrumador volumen que han alcanzado estos veintitrés años de mirada al mundo pueden disuadir a quien se sienta atraído, pero uno recomendaría efusivamente no desfallecer: esta Quasi una fantasia es una gran puerta de entrada. Dado que de algún modo todo vuelve a empezar, o por lo menos todo se renueva, he aquí un pasadizo de entrada desconocido hasta hoy, un sitio por donde colarse, y estoy seguro de que todos los que lo hagan por ahí irán poco a poco haciendo el camino retrospectivo, fascinado por esta vida, por estas vidas, por este modo de ser y de sentir y de decir. Creo que mi aportación principal a la literatura ha sido convencer a varios amigos de que se unieran al grupo de lectores de Trapiello, y no ha habido deserciones ni decepciones entre ellos. Quien lo probó lo sabe: este artículo es absolutamente inútil, redundante, obvio o consabido para los ya iniciados. Pero se trata de hacer proselitismo, y hacer que cuantos más mejor se unan a aquellos que vamos a vivir siempre definitivamente acompañados.