THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

Asignaturas y disciplinas

«Se quiera o no se quiera aceptar, la misión de la escuela no consiste en llevar el mundo real a las aulas, sino en acelerar la adquisición de conocimientos del alumno en un ambiente artificial»

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Asignaturas y disciplinas

CDC | Unsplash

Parece que en la pedagogía actual hay que ser ocurrente para estar al día. Pero como un día sucede a otro, hay que ser ocurrente al cuadrado. La pedagogía se ha convertido en una carrera de innovaciones en busca de la actualidad. La penúltima es el desprecio a las asignaturas, con el argumento, singularísimo, de que en la vida no te encuentras nunca con asignaturas, sino con problemas multidisciplinares o, dicho en más moderno, con «entornos multitarea» en los que la experiencia y el conocimiento están integrados. Conclusión: las asignaturas no sirven para comprender la realidad, sino para trocearla caprichosamente. Son instrumentos clasificatorios arbitrarios que dificultan la adquisición de conocimiento.

Reconozcamos que la racionalidad pedagógica no está viviendo precisamente una edad de oro. Algunas lumbreras cobran cantidades muy sustanciosas por dar conferencias clónicas en las que denuncian que «el sistema educativo tradicional enseña certezas». ¡Ya ven ustedes, qué disparate! ¡Como si los padres enviaran a sus hijos a la escuela para adquirir conocimientos rigurosos! «La escuela es una prisión que maltrata a nuestros hijos», pontifican otros. Hay quienes utilizan en charlas magistrales argumentos axiomático-deductivos para criticar el razonamiento deductivo de las clases magistrales. He sido testigo. Lo que no entiendo es por qué estos genios no emplean sus energías en construir una escuela alternativa en la que los niños acudan cada mañana saltando de alegría tras levantarse de la cama a la primera, felices porque hoy es también un día laborable.

El rechazo de las asignaturas va de la mano del ninguneo de los libros de texto, convertidos en el estigma de la escuela viejuna. ¿Cómo demonios pudimos aprender algo las generaciones obligadas a utilizar libros de texto? ¡Con lo pedagógicas que son las fotocopias arrugadas en el fondo de la mochila junto al plátano olvidado de la semana pasada! Este rechazo no es, estrictamente hablando, nuevo. Fue generosamente practicado por Kilpatrick hace cien años. Así que cuando la LOMLOE legaliza lo que ahora se llama «ámbito» de aprendizaje, (la agrupación de dos o más asignaturas en una nueva), está poniendo el reloj de la modernidad en los felices años 20 del siglo pasado.

Se quiera o no se quiera aceptar, la misión de la escuela no consiste en llevar el mundo real a las aulas, sino en acelerar la adquisición de conocimientos del alumno en un ambiente artificial, de modo que pueda recorrer en pocos años la distancia que separa el gruñido del hombre de las cavernas de un soneto de Lope y el hacha de sílex, de internet. La escuela siempre está luchando contra el tiempo y nunca ha sabido como triunfar con todos los alumnos. Este es el drama que estimula la aparición de propuestas educativas que, para hacerse amables, ocultan la relevancia del tiempo. No es fácil disponer del tiempo educativo necesario que reclaman aquellos que, por avanzar a un ritmo más lento, se resienten y sufren con el ritmo medio de la clase.

Desde luego, los ámbitos de aprendizaje no son un ahorro de tiempo. En el mundo real no hay nada más habitual que encontrarse con problemas que tienen que ver con las matemáticas, la geografía, la química o la literatura, es decir, con asignaturas. Nada más cotidiano que la necesidad de recurrir a un especialista eficiente, desde el dentista al gestor. Por eso la escuela tiene el deber de garantizar a todos los alumnos y, especialmente, a los culturalmente más necesitados, la posibilidad de hacerse con conceptos científicos sobre el mundo. Cuando un niño usa las palabras «gato» o «mamá» su significado está fuertemente impregnado de sus experiencias singulares e intransferibles con su gato y con su mamá. Los conceptos científicos de «gato» o de «mamá» trascienden la experiencial individual para pasar a ser conceptos accesibles a una experiencia universal. La ciencia es el dominio del concepto. Por eso cuando se nos dice que en los «entornos multitarea» la experiencia y el conocimiento están integrados, hemos de tener claro que la experiencia y el conocimiento del niño están, en todo caso, en vía de devenir científicos, pero aún distan mucho de serlo.

Cuando le preguntamos a un niño cómo se llaman los niños nacidos en Teruel y nos responde «recién nacidos» nos está dando una respuesta psicológicamente verdadera (porque es la respuesta a la pregunta que él se ha hecho a sí mismo al traducir a su experiencia la pregunta del profesor) pero científicamente misérrima. Lo mismo ocurre cuando, al pedirle que nos explique la diferencia entre mina y cantera, nos responde que «de la mina se sacan minerales, como oro, cobre… y de la cantera jugadores de fútbol».

El concepto científico es más flexible que el psicológico porque, insisto en ello, es accesible a la experiencia lingüística común. No se refiere a mi exclusiva experiencia. El que sabe responder a la pregunta «¿qué es x?», sabe más cosas del mundo que el que sólo puede hablar de cómo él experimenta «x». El que sabe definir «x» posee un conocimiento poderoso.

Trabajar el huerto escolar está muy bien… siempre que, al final, se haga el alumno con conceptos científicos sobre la agricultura, la estructura de las plantas, etc.

¿A qué se debe el hecho de que a lo largo de la historia de la educación la lista de disciplinas académicas haya variado tan poco (aunque se haya modificado su contenido)? La respuesta es sencilla: a que una disciplina no es un capricho. No nace porque a una persona excéntrica se le ocurriera, por un antojo, fragmentar la realidad y elevar uno de los fragmentos a la categoría de ciencia. Más bien ha ocurrido lo contrario. Han sido investigadores rigurosos los que han descubierto que hay zonas de la realidad que sólo se pueden ver con nitidez desde una perspectiva cuyo desarrollo ha dado lugar a una nueva disciplina.

No por casualidad el matemático ve figuras geométricas y ecuaciones por todas partes. Lo que él ve está ahí, y es accesible a todos… los que tienen una mirada matemática. Sólo el que sabe inglés entiende a los que hablan inglés a su lado y el buen cocinero sabe apreciar si una menestra de verduras está en su punto. Vygotsky resaltó algo que los filósofos sabían desde mucho antes: que los hechos (los datos de la realidad) no se dejan agrupar de cualquier manera, sino de acuerdo con el orden que les permite encajar entre sí formando estructuras disciplinares coherentes.

Una disciplina es una determinada perspectiva sobre la realidad compartida por una comunidad de científicos que siguen una metodología rigurosa. Y no hay una manera no perspectivista de contemplar la realidad. Es cierto que con frecuencia un científico necesita la ayuda de otro científico de un campo de estudio diferente para completar su visión de las cosas. Los economistas recurren con frecuencia a matemáticos, demógrafos o geógrafos. Pero no es menos cierto que toma sus ayudas como aportes auxiliares a su perspectiva económica.

Si nos importa el aprendizaje, llevemos a las aulas a profesores que dominen sus materias. Es esta una condición necesaria de su efectividad. Quien conoce bien la complejidad de lo que enseña está en condiciones de comprender las dificultades del que aprende.

En cuanto a la complejidad de la vida, aceptemos que no cabe en ninguna disciplina. Siempre vemos parte del mundo. Lo importante es que eso que vemos sea riguroso y comunicable. Para ello disponemos del lenguaje. Si queremos completar nuestra parcialidad, mantengamos un esfuerzo permanente por reforzar el rigor de nuestro lenguaje (el conceptual y el poético, claro).

Se habrán dado ustedes cuenta de que he comenzado hablando de asignaturas y he acabado hablando de disciplinas. No ha sido por casualidad.

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