Prospectiva Nevsky
«La semana pasada el Gobierno nos mandó mirar al futuro otra vez. El Gobierno a veces manda mirar al futuro y a veces al pasado. Para eso es el Gobierno. A veces toca 1975, a veces 1936»
¿Cómo será el futuro? Cuando lleguemos allí lo sabremos. Una de las pocas cosas buenas del Gobierno de Pedro Sánchez es que se presentó con un cierto aire de provisionalidad, y cada día era una aventura. Teníamos una idea de por dónde iban a ir los tiros, pero es verdad que quedaba margen para la sorpresa -no necesariamente positiva. Había algo oakeshottiano en ese mantener la nave a flote sin rumbo predeterminado. Intuías que se iban a hacer determinadas cosas, la lógica misma de la situación las requería… pero entre que llegaban o no, pasabas el rato. Con menos farfolla discursiva y un poco -un poquito- de respeto por las instituciones, Sánchez hubiera pasado incluso por un conservador sui generis; un discípulo algo excéntrico y vocinglero de su inmediato predecesor. Es verdad que la moción de censura tiene en España, tenía, un carácter «constructivo»; pero, ¿quién se cree aún esas mandangas?
Lo malo fue cuando empezaron a cumplirse las cosas que esperábamos. Recuerdo que estaba de viaje cuando se anunció el pacto con Podemos, todavía en noviembre de 2019. En un bar de Molina de Aragón. Y pensé «tanto para esto». Ya estaba hecho y, de repente, parecía extraordinariamente banal. Un anticlímax.
Después llegaron los planes. Se aprobó un presupuesto incluso. La semana pasada el Gobierno nos mandó mirar al futuro otra vez. El Gobierno a veces manda mirar al futuro y a veces al pasado. Para eso es el Gobierno. A veces toca 1975, a veces 1936. A veces incluso congela el tiempo, como en la era de los aplausitos y las canciones, durante la pandemia, que duró lo que les dio la gana. Se diría que esta capacidad del gobierno es la única que ejerce de verdad; no es poco. Esta vez era 2050.
Me sabe mal lo del informe 2050, de verdad. Sé que mucha gente ha colaborado con la mejor de las intenciones, pero tampoco se puede obviar que el proyecto va precisamente de eso: de apropiarse de las buenas intenciones. A cenar con el diablo hay que llevar una cuchara muy larga, que dicen los ingleses. Más allá de esto, hay dudas y preguntas pertinentes.
Por ejemplo, ¿se puede hacer prospectiva sobre España sin una idea fuerte de lo que es España; o, casi peor, desde una idea contextual y dependiente de colectivos que no se sienten vinculados a ella? ¿Se puede hablar de educación o de función pública obviando el porcentaje de españoles que no pueden educarse o trabajar en igualdad de condiciones en su país en su lengua materna? ¿Se puede permitir un país como España vivir de espaldas a cualquier idea -ideología incluso- del desarrollo, sabiendo que en la práctica eso nos condena a vivir de transferencias europeas de aquí en adelante, o mientras las costuras de la UE aguanten? Por encima de todo, ¿justifica el estado de ánimo colectivo del país, después de año y medio de pandemia y parálisis, convertir un supuesto ejercicio técnico de prospectiva en el enésimo conejito en la chistera de Moncloa?
La presentación de España 2050 no ha sido el último faux pas del Gobierno. Pocos días después una joven novelista les salió respondona en un acto sobre la «España vacía». Ambas cosas tienen que ver, y no sólo por la soberbia de un gobierno incapaz de cambiar el piñón. La mayoría de escenarios de ese 2050 dibujan un futuro de retracción, de decrecimiento, se quiera así llamar o no. Después de dos crisis sucesivas, se quiere vender a las generaciones por debajo de 50 un futuro que permite pocas ilusiones de progreso -material o del tipo de que sea. I’ve seen the future, baby / It is murder. Igual es lo que nos toca como país, igual no hay otra; lo que, por cierto, requeriría algo más de reflexión compartida y menos clarines y pompa consultoril. Pero que luego nadie se extrañe si empiezan a oírse cada vez más voces discordantes en el coro.