Valle inquietante
«Sólo un 34% de las personas que trabajan en las grandes cinco empresas tecnológicas son mujeres. Los números crecen pero tan lentamente que el ecosistema parece agotarse»
Que Silicon Valley no era un remanso de felicidad ya lo suponíamos tras ver The Social Dilemma en Netflix, pero leer a Anna Wiener en su libro Valle inquietante, publicado por Libros del Asteroide, lo corrobora. Se conoce como ‘Valle Inquietante’ a la teoría o test que en la que se mide cuando las copias robóticas se parecen demasiado a los humanos. Conforme más se parece, más rechazo crean en quién los contempla. Esta teoría fue desarrollada en 1970 por el experto en robótica Masahiro Mori. ¿Por qué la gente prefiere a los robots con forma aniñada o de dibujos animados?
Lo inquietante del libro de Wiener tiene más que ver con algo que no se comprende, que no tiene explicación. En una entrevista reciente, refiriéndose a la visita de Elon Musk -el famoso CEO de Tesla- al programa Saturday Night Live, la escritora dijo: «Fue un espectáculo extraño. Es raro cuando la gente de los negocios se convierte en famosa. Es muy estadounidense». Y ciertamente lo es: nada de lo que sucede en Silicon Valley podría comprenderse sin su genuino acento norteamericano.
En su libro La siliconización del mundo, Eric Sadin afirma que Silicon Valley no remite solamente a un territorio, también (o, sobre todo) es «un espíritu en vías de colonizar el mundo». Para Sadin se trata de una colonización de un tipo de vida llevado a cabo por industriales, universidades y una clase política que cree que el mundo debería tener forma de ecosistemas digitales y de incubadoras de empresas start-up. En esto abunda el fantástico libro de Wiener que concluye que la idea de asociar «trabajo divertido» con la vida personal y laboral no sólo es nocivo, sino también profundamente vergonzoso.
¿Qué sucede cuando a los 25 ya eres millonario? Esta es una pregunta recurrente en el libro, como también lo es la que se refiere a la masculinización del sector: «Ser la única mujer de un equipo no técnico de atención al cliente a programadores de software era casi una terapia de inmersión contra la misoginia adquirida», escribe Wiener, para después afirmar sin ambages que aunque el sexismo, la misoginia y la cosificación no definían el lugar de trabajo, sí es cierto que estaban en todas partes. «Como en papel de pared, como el aire», escribe.
¿Por qué en muchas de estas empresas las mujeres están recluidas en el área de atención al cliente o en recursos humanos, mientras ellos se encargan de la expansión de la compañía, al tiempo que «daban la vuelta por la oficina en patinetes eléctricos soltando comentarios reprobables?» Sólo un 34% de las personas que trabajan en las grandes cinco empresas tecnológicas son mujeres. Los números crecen pero tan lentamente que el ecosistema parece agotarse. Por eso y por cómo el sueño americano de Silicon Valley ha ido menguando hasta convertirse en un arquetipo de la desigualdad más absoluta, conviene leer a Wiener.