¿Indultos? Bueno, sí, estoy a favor
«¿Estricta justicia? Yo no soy estricto. Yo hubiera indultado también a Tejero cuando estuvo claro que no podría reincidir»
Y tengo mis razones.
La primera, a priori: digo sí al indulto por una tendencia natural de mi alma hacia la benevolencia humanista: creo que los reos ya han pasado algunos años en la cárcel y han sido bastante castigados. Que salgan, pues. Lo que no han aprendido en estos años ya no lo van a aprender.
La segunda razón: estoy a favor de los indultos para así distinguirme, sin peligro alguno de confusión, de mil columnistas que se rasgan la camisa mientras exclaman que España se rompe y que Pedro Sánchez es un ( ), y un ( ), y el fruto más podrido que ha dado de sí la democracia.
Y es que cuando se imposta tanto la indignación, y cuando esmaltas tu discurso de exabruptos e insultos, automáticamente te retratas como un exaltado –y en estado de exaltación no se razona–, como un simplón.
Además de que oponerse a que un preso sin delitos de sangre salga de la cárcel, y exigir que siga cautivo hasta el último minuto de la condena lo encuentro, estéticamente, muy bajo. Ahí el jefe de la oposición y sus cuatrocientos columnistas están enseñando un perfil mezquino. Nunca hay que sumarse a la chusma que brama al paso de una cordada de cautivos camino a prisión.
Entiendo que el interés del Gobierno en aplicar esta medida, contra la opinión de judicatura y fiscalía, no es un interés compasivo sino de su propia supervivencia como tal. Entiendo que, en estricta justicia, los golpistas de la Generalidad merecen cumplir la pena que se les impuso por sus delitos conspicuos, evidentes, cometidos con luz y taquígrafos y anunciados y jaleados en sus medios de comunicación. Es obvio, además, que no se han arrepentido, ni siquiera lo han fingido, sino al contrario, se han jactado de que a la primera oportunidad que se les presente «lo volverán hacer».
Pero de la misma manera que no di crédito a sus tejemanejes, bravuconadas y mentiras cuando estaban en el poder, tampoco se la doy ahora que el complot que urdieron ha sido desactivado, sus cómplices están asustados –muchos de ellos se enfrentan a multas e inhabilitaciones– y los cabecillas han sido severamente castigados con largas penas de cárcel. No, no lo volverán a hacer.
Cierto que de esas cárceles han estado entrando y saliendo, o recibiendo en sus celdas a socios, amigos y conocidos, como si fueran mafiosos de «Uno de los Nuestros» o los hermanos Marx en su atestado camarote; ello, gracias a la cesión de las competencias en materia carcelaria (en la región catalana) a la Generalidad, por real decreto firmado por Felipe González en 1983. Un error que ha obligado a los jueces a estar especialmente vigilantes en vez de dedicarse a tareas más importantes; claro que entonces González no podía imaginarse que los convergentes darían un golpe de Estado. Es chocante que ahora el gobierno repita el mismo error con el País Vasco…
Entiendo que el juez Marchena, y demás magistrados del Tribunal Supremo, se sientan muy disgustados por lo que parece una desautorización por parte del Gobierno. Pero yo también estoy muy disgustado por muchas cosas y no me quejo. Los jueces hicieron su deber de forma ejemplar. Si consideran que el propósito de indulto incurre en prevaricación, no tienen más que encausarlo. Y si no, dejar que el presidente del Gobierno haga uso de las atribuciones del cargo.
Dicen que el indulto no depararía ningún bien a la comunidad, pero en esto se equivocan. En este sentido subscribo punto por punto los argumentos del historiador Quim Coll, a quien tengo por uno de los más finos analistas de la situación catalana, según los expuso en un reciente artículo:
En primer lugar, aun sin indulto los presos podrán acogerse este mismo año al tercer grado, lo que de todas maneras les permitirá estar fuera de la cárcel prácticamente todo el tiempo hábil: está bien que puedan hacerlo unos meses antes, evidenciando un gesto de magnanimidad por parte del Estado.
En segundo lugar, siendo indultados pierden el poder para hacerse las víctimas, deporte preferido de los nacionalistas, y no pueden ya posar de mártires sino solo como derrotados de la política, que es lo que son; además de seguir inhabilitados para ocupar cualquier cargo público, lo que reduce considerablemente su capacidad de enredar y hacer daño.
En tercer lugar esta medida puede desinflamar –un poco, no mucho— a algunos contumaces en el separatismo solo por una especie de sentimiento de pena y deber de lealtad moral a los presos.
Y en cuarto, acaso los indultos permitan al actual gobierno de la Generalidad salvar la cara ante sus electores más histéricos y ponerse por fin a trabajar en una agenda de gobernación real, no en esta cutrez con la que Cataluña, y en parte, también, España, ha perdido diez años, mucho prestigio, muchísimo dinero e ingentes cantidades de energía.
¿Estricta justicia? Yo no soy estricto. Yo hubiera indultado también a Tejero cuando estuvo claro que no podría reincidir.