'Feria' y la aventura
«Hay, en esencia, una conclusión que el carácter pandémico de la última crisis ha acentuado: por distintas razones, así no podemos seguir»
Hace unas semanas, la escritora Ana Iris Simón, autora del exitoso Feria (Círculo de Tiza), resumía parte de las tesis que expuso en él durante un acto contra la despoblación en La Moncloa. Un discurso que se viralizó rápidamente y que arrastró consigo una polémica algo artificial sobre la verdadera naturaleza del mismo: ¿rojo? ¿rojipardo? ¿nostálgico? ¿reaccionario? Durante unos días, posicionarse pareció obligado, sin que quepa hablar de comentarios unánimes ni en la izquierda y la derecha: en ambos lados la escritora ha encontrado partidarios y detractores. No obstante, el mero hecho de la polémica sí muestra algo del momento histórico que vivimos. No solo sobre lo polarizados que lucimos, especialmente en las redes sociales, sino de la conciencia más o menos extendida de que estamos ante el final de una época agotada y el inicio de otra que, de momento, aún apenas muestra sus contornos.
Hay, en esencia, una conclusión que el carácter pandémico de la última crisis ha acentuado: por distintas razones, así no podemos seguir. No ya es que no queramos, visto el malestar extendido en muchas de nuestras sociedades democráticas, sino que los límites naturales se han revelado de forma clara en estos últimos años y, por lo tanto, ni queremos ni podemos. Pero, ¿hacia dónde vamos? No saberlo aumenta la incertidumbre que el presente genera de por sí, y sin una vía de escape en perspectiva, las miradas se vuelven a un pasado que ha tenido a idealizarse con demasiada frecuencia. También en Feria, por otro lado, un libro interesante y bello, en cuyo retrato desenfadado y cercano más de una generación se reconocerá, y que funciona como otra muestra más de las angustias que nos atraviesan. De ahí que Feria me haya gustado como síntoma, pero no tanto como recetario.
Se da la paradoja de que Feria nace de la incertidumbre vital de su autora, pero cuyo éxito y posterior polémica ayudan a clarificar cuáles son las demandas que irán conformando ese futuro que hoy nos cuesta identificar: más estabilidad, más sentimiento de comunidad y más cohesión, algo, por otro lado, nada revolucionario y sí bastante razonable. No atenderlas está resultando en reacciones muchas veces patológicas, en patadas al tablero político, económico o institucional, y en nostalgia por tiempos duros aunque previsibles. Pero existe una verdad material primera a todo eso que urge atender con nuevas herramientas, como ya está haciendo. Los planes billonarios de Biden o la emisión de deuda mancomunada en la UE nacen de ese diagnóstico, y creo que es ahí donde el discurso de Ana Iris Simón acierta, más allá de su muy discutible visión sobre el papel de los inmigrantes y su lugar en sociedades modernas que ni pueden ni deben volver a regirse por criterios de homogeneidad racial o cultural.
No cambian tanto las ideas y las demandas a lo largo de la historia como nuestro ánimo frente a ellas. A este respecto, todos hacemos arqueología política. Una suerte de péndulo que nos indica no tanto el mundo hacia el que vamos como al que, de alguna forma, parece que queremos ir. Y no hay nada misterioso en ello, duales como somos por naturaleza, con nuestra necesidad de certezas, pero también de cambios; de rutinas, pero también de sorpresas. Al fin y al cabo, uno de los elementos esenciales de la aventura es el hogar que le da sentido, ese que primero se quiere dejar atrás y que después se anhela e impulsa el regreso.