Trucos de magia de un ilusionista del montón
«Lo que sucedió entre el anuncio de la España 2050 y la crisis de Marruecos explica a la perfección por qué es una pésima idea gobernar teniendo en mente únicamente las tertulias del día siguiente»
Lleva en el cargo tres años y Pedro Sánchez aún no se ha logrado quitar la etiqueta de aficionado. Ambición para el poder nunca le faltó, ni en sus luchas intestinas en el PSOE para sobreponerse a un asesinato político retransmitido en directo ni, ya como líder de la oposición, en su arrojo para lanzar la moción de censura que acabó con el imperturbable Rajoy. La leyenda del resistente, toda esa parafernalia de la regeneración, del cambio de época… duraron lo que tardaron en llegar los primeros problemas.
Aquello del Gobierno bonito fue la primera gran operación de marketing, muy bien diseñada, por cierto. Del absoluto hermetismo de Rajoy se pasó a una catarata de anuncios de ministros que parecía sacada de un concurso de talentos de televisión. Fue también la primera gran improvisación del presidente: a los tres meses dos ministros ya habían tenido que dimitir por irregularidades. Cuando llegó el tercer escándalo, entendió por qué Rajoy siempre prefería dejar correr el agua.
Puede decirse que el Gobierno Sánchez ha sido una constante batalla entre la propaganda y los chascos de la realidad política. Es un cínico redomado y cambia de convicciones una y otra vez, pero eso va en el cargo; su gran problema es que su discurso y sus acciones nunca han ido de la mano. Con una agenda que desde hace meses viene limitándose a actos institucionales y cumbres europeas se nos quiere presentar como un gran estadista, y puede que él piense que lo es, pero lo único que transmite es impostura.
Tiene razón la oposición cuando critica que Sánchez no gobierna, sino que simula gobernar. Se condenó en el momento en que decidió entregar la fontanería de La Moncloa a un publicista. Lo que sucedió entre el anuncio de la España 2050 y la crisis de Marruecos explica a la perfección por qué es una pésima idea gobernar teniendo en mente únicamente las tertulias del día siguiente. El consejero áulico de Sánchez preparó la intervención exclusiva con una tribuna chusca en su periódico de confianza y unas pocas horas miles de marroquíes empezaron a entrar en España.
Son tan evidentes estas campañas de imagen que uno hasta se siente incómodo cuando se las revientan. Pobres, vienen a revolucionar el marketing y sus estrategias parecen preparadas por un grupo de tuiteros recién llegados a la universidad. Está volviendo a ocurrir con los indultos. De un día para otro Sánchez empieza a hablar de revanchas y venganzas para justificar una operación absolutoria que muy pocos defienden y, cuando constatan que el último truco no parece funcionar, cuelan que tras los indultos habrá una crisis de gobierno.
Con el tema catalán[contexto id=»381726″] encarrilado, dicen, alcanzada la inmunidad de grupo y con la llegada de los fondos europeos, Sánchez dará un nuevo impulso a su Ejecutivo con nuevos nombres. Teniendo en cuenta que los últimos nombramientos han sido Iceta y Belarra, no parece que vaya a haber ningún golpe de efecto, pero ahí está Redondo, vendiendo que después de un par de meses de turbulencias todo será mejor.
Los guiones de las series facilonas tienen la misma estructura: todo parece empezar bien y según avanza el capítulo las cosas se empiezan a torcer. A menudo los problemas se resuelven con giros de guión previsibles que ocurren porque es una ficción. Lo que a Redondo se le olvida es que pocas series, muy pocas, mantienen el tipo cuando llegan a la tercera temporada.