Lecciones de un 15 de junio
«Ese ‘nosotros’ capaz de compartir e impulsar grandes objetivos de país no está, pero aún se le espera»
Este 15 de junio se cumplen cuarenta y cuatro años de la recuperación de la democracia en nuestro país, cuarenta y cuatro años desde que los españoles nos reecontramos con las urnas tras la larga noche de la dictadura. Según el manual de las efemérides, cuarenta y cuatro años no parece una cifra lo suficientemente redonda como para ser celebrada. Sin embargo, pocas fechas nos ofrecen ejemplos más útiles para transitar el presente que aquel 15 de junio de 1977.
Ese día, más de dieciocho millones de españoles votaron en libertad por primera vez desde las elecciones de febrero del 36. El resultado electoral fortaleció la joven democracia, perfiló un sistema de partidos homologable a cualquier país europeo y, sobre todo, facilitó que el nuevo Congreso iniciara un proceso constituyente capaz de dotar al país de una Constitución basada en el consenso.
Para llegar a aquella jornada electoral, el presidente Suárez, al frente de un ejecutivo de penenes, debió pilotar con habilidad y firmeza un proyecto de transición democrática capaz de sortear importantes dificultades, especialmente la legalización del Partido Comunista, acordada apenas dos meses antes de las elecciones, en plena Semana Santa. Durante mucho tiempo, tanto su legalización como su participación en esas elecciones estuvo en el aire. Hoy sabemos que sin su concurso aquellas elecciones hubiesen carecido de la legitimidad democrática necesaria y probablemente todo el proceso de la Transición se hubiese ido al garete.
Una generación entera de políticos, con dos personas a la cabeza tan dispares en edad e ideología como Carrillo y Suárez, entendieron que eran depositarios de un objetivo y una misión que desbordaba sus diferencias: superar las intransigencias de generaciones anteriores, las que nos habían arrojado al abismo de la Guerra Civil.
Supieron construir un «nosotros» inclusivo que actuó como motor de los grandes acuerdos que cristalizaron en la Constitución del 78. Un «nosotros» que seguramente había empezado a cuajarse mucho antes en la propia sociedad española, y del que empezamos a tener noticias en abril de 1956, con el manifiesto de los universitarios madrileños capitaneados por Muguerza y Pradera, que ya identificaba a un nuevo sujeto político capaz de superar el pasado: «Nosotros, hijos de los vencedores y los vencidos».
Lo cierto es que hoy España se ve amenazada por la influencia institucional de quienes quieren acabar con los mejores valores del 78 para volver a los tiempos de las dos Españas enfrentadas. Los que rechazan la existencia misma de España como espacio compartido de convivencia marcan la agenda política y hemos pasado del bipartidismo, con todos sus defectos, al bibloquismo, la división política en dos bloques que se autoexcluyen. Ese «nosotros» capaz de compartir e impulsar grandes objetivos de país no está, pero aún se le espera.
El fruto de esta polarización ya lo conocemos: cuatro elecciones en cinco años, las posibilidades de grandes acuerdos transversales no se vislumbran, y las reformas sociales, económicas e institucionales han quedado postergadas en beneficio de la guerra identitaria.
Hoy es más necesario que nunca poner en valor el camino recorrido en estos 40 años de democracia, y a la par acometer los cambios necesarios para defender una España unida en su diversidad y capaz de asegurar la prosperidad de las generaciones futuras. Es esta, sin duda, una tarea generacional como lo fue en el 77.
Esta ha de ser la tarea de una generación que, siguiendo a Ortega y Gasset, se define por una experiencia compartida, en este caso, el haber nacido y crecido en democracia: son los hijos del 78. Y también por responder a un problema vital específico: no conformarse con la herencia recibida y reconstruir las alianzas que hicieron posible estos cuarenta y cuatro años de éxito democrático para conjurar la creciente fractura social.
Debemos tejer alianzas entre el respeto a la Ley y las reformas que nos saquen del marasmo, alianzas entre generaciones, entre pasado y futuro; y entre los que viniendo de una u otra tradición ideológica se sienten concernidos por el futuro de su país, sencillamente porque creen en él.
Por eso la iniciativa España Juntos Sumamos, un proyecto singular impulsado por la Fundación Joan Boscá, ha decidido crear el ‘Premio 15 de junio’ a la concordia, la cohesión social y los valores constitucionales que hoy se presenta en el Congreso de los Diputados, en un acto presidido por su presidenta, Meritxell Batet. Toca reinvindicar una fecha clave y, como otros hitos y símbolos constitucionales, poco asentada en el imaginario colectivo. Una fecha que evoca, en tiempos de incertidumbre, emociones colectivas de ilusión, encuentro, esperanza, futuro, libertad. Pero no se trata de detenernos en la evocación: el recuerdo del 77 debe inspirarnos para reeditar grandes logros colectivos que den respuesta a los desafíos de hoy y mañana.
Un acto para recordar en la sede de la soberanía que hace cuarenta y cuatro años los españoles nos vestimos de domingo, aunque era miércoles, para superar el pasado y encarar el futuro juntos. Un acto para recordar también a un ciudadano ejemplar, Jaime Carvajal Hoyos, prematuramente fallecido, ejemplo con su trayectoria profesional y compromiso cívico de los mejores valores del 78.
Es probable que recordemos el pasado mejor de lo que realmente fue, por eso no conviene extasiarse en su contemplación, a riesgo de quedar convertidos en estatuas de sal. Pero si hay una fecha del pasado que nos devuelve la mejor versión de nosotros mismos y merece ser recordada, esa es, sin duda, el 15 de junio de 1977.