Las recetas fracasadas de siempre: referéndum, Estatut, federalismo
«El Gobierno central quiere olvidar lo que pasó en otoño de 2017; los independentistas, en cambio, no lo olvidarán nunca»
En un meditado y matizado artículo a favor de los indultos a los políticos independentistas presos, Miguel Aguilar se pregunta qué vendrá después de esa medida de gracia: «¿La fantasmal mesa de diálogo que está condenada o al fracaso o a concesiones imposibles y que devuelve a la orfandad a los catalanes no nacionalistas? ¿Un nuevo estatut que nadie quiere? La tan solemne conferencia de Sánchez en el Liceo no despejó ninguna incógnita»
El Gobierno ha sugerido algunos caminos. Todos ya han sido transitados. Sorprende la falta de imaginación. Quienes defienden con más fervor la postura del Gobierno de Sánchez suelen decir que hace falta mover ficha, tomar la iniciativa, frente a los que defienden el inmovilismo. En realidad, es esta postura la más inmovilista. Sus soluciones son solo retóricas (diálogo, pero ¿con qué contenido?) o ya han sido testadas en la realidad y han fracasado: han alienado más a los no nacionalistas y no han sido suficiente para los independentistas.
Hablar de federalismo, por ejemplo, ya sonaba a excusa, ceguera o simple pensamiento mágico en la Cataluña pre-2017; en la Cataluña post-2017 solo puede explicarse con el cinismo. ¿Qué es el federalismo cuando se usa como solución al problema catalán? Es en realidad un federalismo con discriminación positiva para algunos: ampliar las ventajas fiscales de País Vasco a Cataluña, pero a nadie más. Un observador medianamente honesto comprobará que España ya está muy descentralizada: es gracias a esto que Cataluña ha podido desarrollar instituciones culturales propias e incluso instituciones paraestatales dedicadas a defender la [contexto id=»381726″]independencia. En muchos aspectos, como en el caso de la lengua, Cataluña actúa no como si estuviera en una España federal sino más aún: como si ya fuera independiente.
Otro camino es el del Estatut. De nuevo, ya transitado. El Gobierno vuelve a decir que «Cataluña es la única comunidad autónoma que tiene un Estatuto diferente al que votaron sus ciudadanos». Si es así es porque era ilegal. Hay que volver a recordar lo obvio. El Estatut que supuestamente tumbó el Tribunal Constitucional en 2010 (quitó 14 de 223 artículos) eliminó cosas que cualquier democracia federal habría eliminado. Ningún país democrático puede aceptar el redactado del Estatut original, donde se decía que «El Consejo de Justicia de Cataluña es el órgano de gobierno del poder judicial en Cataluña. Actúa como órgano desconcentrado del Consejo General del Poder Judicial». Es en esencia una declaración de independencia judicial. El independentismo querrá recuperar lo que el TC anuló; y el PSC le ha ayudado durante años en su argumentario. Pero es una vía muerta constitucionalmente.
El camino del referéndum es el más vago. El Gobierno menciona un posible referéndum sobre un nuevo Estatut, o quizá sobre lo que se decida en la mesa de diálogo. El independentismo habla de la vía escocesa y un pacto con el Estado. Más allá de las limitaciones constitucionales y legales, un referéndum de autodeterminación, aunque esté pactado con el Estado, resulta poco democrático. Es algo que recuerda Félix Ovejero en su reciente Secesionismo y democracia (Página Indómita): uno puede marcharse de un territorio, pero no puede hacerlo llevándose consigo ese territorio. Porque ese territorio es una unidad de decisión y justicia. Es decir: las fronteras no se votan, se vota dentro de ellas. Las fronteras nunca se han votado de manera democrática.
A menudo los que defienden el referéndum pero no necesariamente la independencia lo hacen siguiendo una visión de la democracia muy naíf. ¡Que voten! Normalmente quien dice esto piensa que el conflicto es entre Cataluña y España, y no entre catalanes. Y sobre todo asume que el conflicto es algo binario: partidarios frente a contrarios a la independencia. Pero en Cataluña abundan quienes están en desacuerdo con el statu quo pero no quieren la secesión. Un referéndum sí/no deja fuera a la mayoría de catalanes. Hay otro argumento, el demoscópico, aún más pobre: el referéndum es una manera de saber qué piensa realmente la gente. Es una frivolización ridícula. Para eso están las encuestas.
¿Qué queda, entonces? ¿Qué novedades hay? Tiene razón Pedro Sánchez al decir que «no podemos empezar de cero, pero podemos empezar de nuevo». Porque el Gobierno está realmente empezando de nuevo, probando lo de siempre, recetas viejas y usadas y que ya fracasaron. El independentismo, en cambio, no está dispuesto a dar un paso atrás. El Gobierno central quiere olvidar lo que pasó en otoño de 2017; los independentistas, en cambio, no lo olvidarán nunca.