Siempre nos quedará el sur
«La Carrà siempre habló un español con acento italiano trayendo a casa una televisión de fuera, aires nuevos, costumbres foráneas después de tantos años de encerrona siniestra»
Raffaella Carrà nos enseñó en la infancia la trascendencia máxima del sur. Sensual, frívola, cálida, sonriente, sus firmes piernas acompasaban unas caderas mareantes porque la vida sin amantes es infernal. La Carrà siempre habló un español con acento italiano trayendo a casa una televisión de fuera, aires nuevos, costumbres foráneas después de tantos años de encerrona siniestra.
La Carrà parecía buena gente. Venía de otro mundo con sus lentejuelas y sus piernas tersas y su sonrisa franca. Tocaba varios palos pero para nosotros -en nuestra infancia, que ahora mismo es lo que cuenta- Raffaella Carrà era cantante y presentadora. Pura fiesta. Lycra prieta a la piel. Fue un icono. De la liberación. De los gays. De los que querían fiesta y de los que nacieron en el sur. La Carrà era dueña y señora. Se consideró siempre una mujer de izquierdas cuando eso importaba algo. Así lo dijo: «Me considero una persona de izquierdas a mi modo. Me he sentido siempre culpable. Durante toda mi vida he estado de la parte de los trabajadores, de la gente que lucha, porque yo misma he trabajado muchísimo. Siempre me he preocupado por los derechos laborales de los que están a mi lado. Pero al mismo tiempo, el éxito ha hecho que haya tenido una vida cómoda. Teóricamente, debería estar del lado de los ricos, de todos los afortunados a los que nada les importa los demás. Ésa es la derecha. Pero no. Siempre he creído que es fundamental pagar los impuestos y me alegro de pagarlos».
La Carrà fue diva pero mantuvo sonrisa y maneras. Un feminismo sin ferocidades. Una voracidad por la vida con amabilidades. Lo cantó y lo bailó todo. Bellamente. Siempre nos quedará el sur.