Aquí yacen gigantes
«Y con ese brillo travieso con que Serra se acordaba de Barcelona 92 el mismo día que los dos Pedros, Sánchez y Aragonès, pasaban el santo juntos en la Moncloa y se preguntaban si sería posible otra aventura olímpica para Barcelona»
En menos de una semana se han presentado en la novísima y espléndida librería Byron de Barcelona dos libros del máximo interés. Empapados ambos de ese tipo de nostalgia que sólo entiende quien ha perdido un paraíso. O dos. Vamos a por el primero. El martes 29 de junio se juntaron el historiador Jordi Canal y el exministro y exdetodo Narcís Serra para pasar revista a Barcelona 92. Sucedía esto en el marco de una colección editada en Taurus, y coordinada por el mismo Canal, que se detiene en varias fechas o momentos mágicos. En sí mismos y por su capacidad de ayudar a entender lo que ha venido después. Aparte de coordinar esta colección, Canal se reservó para sí mismo el volumen sobre el 25 de julio de 1992, fecha inaugural de aquellos Juegos que cambiaron para siempre la percepción de Barcelona y de España entera en el mundo.
Con la que estaba y está cayendo, fue muy reconfortante y hasta emocionante asistir a un debate sereno y a la vez tan sincero. Un Narcís Serra ya de vuelta de todo no se «cortó» lo más mínimo de recordar que el reto de Barcelona 92, que a algunos en su día se les atragantaba por la coincidencia con la Expo de Sevilla, fue en cambio recibida con avidez por el entonces presidente sevillano del Gobierno, Felipe González: «Él pensaba que la España que estábamos intentando construir podía con todo». Gran frase y mejor escalofrío. Al otro lado del Ebro y del espejo, Serra evocó a Jordi Pujol refunfuñando y a una Generalitat avara de involucrarse. «Hicieron poca cosa, que si una carretereta a Banyoles, que si un empujoncito al Eix Transversal…». Ya es triste que la aportación más «significativa» y recordada del nacionalismo catalán fuera la campaña Freedom for Catalonia, el rebullir de cachorros convergentes tratando ya entonces de que se vieran menos los aros olímpicos que las estelades que metían en el estadio escondidas en el maletero del coche. Premonitoria vía de escape de Puigdemont…algunos de aquellos jóvenes, entre ellos Jordi Sánchez y Joaquim Forn, andado el tiempo acabarían en la cárcel en su lugar.
Jordi Canal coincidió en que a la CiU de la época, germen de lo que hoy se conoce como JuntsXCat, le dejó muy mal sabor de boca no haber conseguido domar el potro olímpico, no haber podido hacerse exclusivamente suya, exclusivamente catalana en el peor sentido, aquella aventura de unidad. De toda España volcada en Barcelona y toda Barcelona catapultando España al mundo. Apuntó el historiador la hipótesis que de aquel «fracaso» de unos pocos, agazapado bajo el éxito y la alegría de muchos más, nace la negra bola de frustración y de tiña que echa a rodar el procés. Del sueño a la pesadilla en cero coma.
Casi una semana después de aquello, volvemos a la Byron para honrar la aparición de una extraordinaria biografía del mayor de los prosistas catalanes después de Josep Pla, desaparecido prematuramente en 2009, cuando a España no le había dado tiempo a enterarse de que tal vez le debía uno o dos premios mayores de las letras españolas, empezando por el Cervantes. Estamos hablando de Baltasar Porcel. Sergio Vila-Sanjuan, finísimo estilista cultural de La Vanguardia, donde se conocieron y se hicieron amigos con Porcel siendo el uno un plumilla que empezaba, siendo el otro ya el príncipe de la cultura catalana postfranquista, ha dado a la imprenta una biografía que pudo ser oceánica, inconmensurable como la vida de su biografiado. Para evitarlo, se ha centrado en la estricta juventud de Porcel. En los diez años que transcurren desde su llegada de Mallorca a Barcelona y su eclosión literaria, que también lo sería intelectual y hasta política. Cuando los hombres sabios se acercaban al poder para mejorarlo y elevarle las miras, no para despeñarse al barro del medro por el medro y de la abyección.
El jove Porcel, publicado en catalán por Edicions 62 y en castellano por Destino, la editorial que forjó buena parte de la leyenda porceliana, es una biografía muy bien hecha pero también se puede leer como una novela de Balzac o de Stendhal, dado el irresistible atractivo de la ascensión del personaje, un Julián Sorel de la cultura catalana, a la que imaginó capaz de todo y de poder con todo. Como Felipe con la Expo y con los Juegos Olímpicos. El joven Porcel lucha, asciende y escribe, se arrima a los maestros, de Villalonga a Pla pasando por Camilo José Cela, como Juan Belmonte al toro, nos inunda de una prosa avasalladoramente potente, pero sobre todo nos levanta el ánimo y la ambición. Allá por donde Porcel pasaba, nada volvía a ser gris, anodino o irrelevante.
¿Qué ha sido de aquel portento de energía literaria y personal, de aquel torpedo en la línia de flotación de toda mediocridad? Sergio Vila-Sanjuan recorre los hitos de aquel maravilloso arranque, de la personalísima manera de Porcel de sobrevolar el poder en círculos cada vez más estrechos y a la vez más impredecibles, amigo del Rey, amigo de Pujol pero a la vez odiado por buena parte de la intelligentsia catalana que todavía se queda lívida de envidia al oír percutir su nombre, ácrata, maoista, liberal informado, dueño de una realidad propia, tan mítica como operativa, capitán oh mi capitán del mejor momento y más gigantesco que ha vivido la cultura catalana hasta hoy.
Escribo estas líneas unas horas antes de la presentación en la Byron, me pregunto cuántos nos juntaremos y con qué ánimo. El ponderado, valiente e inteligente Sergio Vila-Sanjuan, demasiado brillante para tener tiempo que desperdiciar con miserias propias o ajenas, me decía hace sólo unos días que con Porcel perdimos uno de los puentes más sólidos, macizos y bien construidos que se han tendido jamás entre la cultura catalana (plena, con sus autores en castellano dentro) y la española (ídem, con sus príncipes catalanes así sea insospechados o dormidos…). Y con ese brillo travieso con que Serra se acordaba de Barcelona 92 el mismo día que los dos Pedros, Sánchez y Aragonès, pasaban el santo juntos en la Moncloa y se preguntaban si sería posible otra aventura olímpica para Barcelona, así sea más discretita, unos Juegos de Invierno, Sergio Vila-Sanjuan me, nos interpela, casi casi me, nos desafía, a volver a encontrar la puerta grande por donde todas nuestras culturas deberían poder volverse a juntar. No haciendo melindres ni remilgos ni marcando distancias estériles sinó saltando abrazadas como dos paracaidistas.
No tiene por qué empezar en Barcelona ni en Madrid. Podría ser, miren qué les digo, en Lérida. Tengo una amiga, una escritora muy especial, que tiene allí una casa, que tiene un montón de memoria, de ideas y de fuerza, y el otro día cenando juntas se nos ocurrió que y si…Y si…¿por qué no volver a soñar y a hacer las cosas lo grande? ¿Por qué no volver a osar ser gigantes?