El triunfo y el fracaso
«Falso pariente del triunfo es el logro: una vida lograda tiene poco que ver con lo que convencionalmente se asocia a ser un triunfador»
«Todas las carreras políticas terminan en fracaso». Como cualquier sentencia ingeniosa, esta hay que tomarla con tiento. Se cumple bien con la carrera de su autor, Enoch Powell, político conservador inglés cuya carrera política sólo la salva del olvido un estridente discurso de 1968 de tinturas racistas. No, no todas las carreras políticas son un fracaso, pero aceptamos que incluso las más gloriosas y memorables terminan con un fracaso. Churchill se retiró tras perder una reelección; De Gaulle, un referéndum. Sea este pensamiento un consuelo para los ministros cesados.
Una biografía plena es la compuesta por un repertorio zigzagueante de triunfos y fracasos. No se pierde o se gana ininterrumpidamente. A todos se nos rompe un huevo alguna vez o ganamos una carrera de sacos. El día aciago y la mañana de laurel. Corolario: en que salgan bien o mal las cosas media no poco la inconstante fortuna. «Todas las perfecciones dependen de sazón» escribe, con razón, Gracián. A fin de rebatir una lectura vulgar que haría de Don Quijote un fracasado completo, Nabokov contó minuciosamente todos los lances, grandes y pequeños, a los que Cervantes le enfrenta en la novela. Del cómputo resultó un perfecto empate entre veinte victorias y veinte derrotas. No muy distinto debe ser el balance de la peripecia vital estándar y buena señal es perder la cuenta del tanteo. A decir verdad, fallar parece la suerte más asidua, pero a menudo un único triunfo borra un rimero de decepciones. Pensemos de nuevo en Churchill. Cuando dijo que el triunfo es la habilidad de ir tropezando de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo hablaba seguramente de sí mismo.
La gente normal lo tiene claro: triunfar es deseable; fracasar, amargo. Para una legión de médicos del alma lo opuesto es cierto. Fracasar fortifica, fracasar instruye, fracasar ennoblece. El triunfo, en cambio, puede volverse en contra: engreírnos, inducir envidias, traer enemigos. Hombre, no lo niego, pero sin exagerar… Si es cierto, como sostiene Kipling, que triunfo y fracaso son dos impostores que tratar con parejo desdén, impostor por impostor, me quedo con el triunfo. Y si, como dicen los moralistas clásicos, el triunfo es otra forma de adversidad, propongo afrontarla con entereza. Con todo, concordamos con Sacha Guitry: la diferencia entre un tonto y un listo es que este se repone pronto de sus fracasos y aquél no logra sobreponerse nunca a un triunfo. «El éxito está vacío»: se lo escuché decir a un escritor famoso que había ganado todos los premios. ¿Será verdad? No me importaría averiguarlo. Parecía sincero.
En torno a triunfo y fracaso orbitan otros órdenes que también hay que citar. Fama, satisfacción, contento; traspié, contratiempo, tragedia. Falso pariente del triunfo es el logro: una vida lograda tiene poco que ver con lo que convencionalmente se asocia a ser un triunfador. Aunque también las vidas logradas terminen con una pérdida, en su inventario siempre habrá fracasos que cuenten como haberes.