La odisea espacial de los milmillonarios
«La cosa se quedaría como lo que es –un estrafalario juego de milmillonarios entre aburridos, ambiciosos y desconectados de la realidad cotidiana– sino fuera porque son esos mismos personajes los que, a través de sus empresas y su influencia, condicionan la vida aquí abajo en muchísimos niveles»
Las tristes noticias sobre la pandemia están sirviendo, al menos, para que no prestemos tanta atención al grotesco espectáculo del pique de multimillonarios por ver quién llega antes y más profundo al espacio. El viaje de Richard Branson, creador de Virgin, en una nave fabricada por su propia empresa, ha sido contestado por el hombre más rico del mundo, el creador de Amazon Jeff Bezos, que ha dicho que viajar «sólo» a 90 kilómetros de altura no es viajar al espacio, algo que sí hará él el próximo martes día 20 del presente mes con una nave de su empresa Blue Origin. Bezos, además, ha subastado una plaza libre de su viaje, que finalmente se pagó por 28 millones de dólares. Mientras tanto, Elon Musk contempla todo desde fuera pensando que la ambición tiene que ser mayor, que no se trata de ofrecer turismo espacial a ricos que se lo puedan permitir, sino de ir creando ciudades en Marte ante el próximo colapso de las condiciones de vida humanas en nuestro planeta.
La cosa se quedaría como lo que es –un estrafalario juego de milmillonarios entre aburridos, ambiciosos y desconectados de la realidad cotidiana– sino fuera porque son esos mismos personajes los que, a través de sus empresas y su influencia, condicionan la vida aquí abajo en muchísimos niveles. Y es que hay algo verdaderamente escandaloso en el contraste de un hombre –Bezos– posando frente a su cohete y hablando de viajar a otros planetas mientras las condiciones laborales de su emporio son constantemente denunciadas. Él mismo ha reconocido en la última junta de accionistas de su grupo que «es evidente que tenemos que tener una mejor visión de cómo creamos valor para nuestros trabajadores».
Entiéndaseme bien: hay poco que objetar a cómo se gasta uno su dinero –aunque habría algo que decir de sus efectos contaminantes, por ejemplo–, y no hay duda de que la excentricidad –cuando no directamente la idiotez aparente– de determinados personajes y proyectos han ampliado considerablemente las fronteras del conocimiento científico y técnico. Pero hay algo impúdico en esta demostración de poder sobre el presente aquí y el futuro allí, sea donde sea eso: «Me quiero ir, pero además te voy a decir en qué condiciones te quedas tú aquí abajo», parecen decirnos. Y así, donde ellos y unos pocos ven aventura, la mayoría mira escéptica al cielo con ganas de decirles: «Adiós, hombre, adiós».