THE OBJECTIVE
María José Fuenteálamo

La España quemada

«En esa España que unos llaman vacía y otros vaciada, lo que hay es una España quemada. Porque ser el granero y la granja de España no es sólo una anécdota bonita»

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La España quemada

SUSANNA SAEZ | EFE

Cualquiera de nosotros podría provocar un incendio de forma inintencionada. Uno de esos devastadores que vemos estos días en televisión. Aunque la mayoría de los incendios en este país lo son adrede. Con lo que hay que incluir a muchos ciudadanos en el lado contrario: en los que encienden la mecha a propósito. De esos, la mayoría no son pirómanos -afectados de un trastorno mental-. Las causas no siempre terminan por conocerse, pero las estadísticas recogen desde objetivos económicos hasta revanchas personales.

Si han pasado por una zona quemada habrán sentido la falta de aire que produce el paisaje en blanco y negro. Como si la ceniza no te dejara respirar. Te asfixia. Esa sensación me recuerda siempre, como el olor de las almendras amargas al doctor Juvenal Urbino en El Amor en los tiempos del cólera, a los amores contrariados. En este caso, no superados. El ahogo. El vacío. Y las preguntas: ¿qué falló? ¿quién tuvo la culpa?

El incendiario, el pirómano o el descuido de una chispa. Pero también la basura que dejamos en los bosques, los terrenos que ya no habitamos y nuestras ‘fast’ repoblaciones tirando de pino sin estudiar bien las características del terreno. Incendios 6.0, de sexta generación, les llaman, por la rapidez con la que se propagan y lo difícil que resulta a veces luchar contra ellos. Concepto tecnológico, que ironía, cuando es el ejemplo de cómo el progreso no ha servido para mejorar nuestro hábitat. Porque si de algo tienen mucho los incendios que nos asolan es de cambio climático y políticas urbanitas y cortoplacistas. Todo de la mano del hombre. Nos recordó Hobbes aquella frase de los clásicos de que «el hombre es un lobo para el hombre» -y para la mujer-. Pues aquí no sirve: un lobo respeta más el ecosistema.

Espectaculares fotos de incendios llenan estos días los telediarios e ilustran las portadas de los periódicos. Son top en la pirámide informativa, más en meses con las redacciones caninas de noticias. El incendio ocupa más cuanto más espectacular es la imagen y más peligro conlleva: la situación de los vecinos, la tarea complicada de los bomberos… Tenemos enemigo, tenemos super héroes. Hay historia. Pero una vez apagado, llega el blanco y negro. La foto de la ceniza tras un incendio forestal es nuestro caballito de mar con bastoncillo. La España quemada. La que necesita prevenir antes que lamentar.

Se quejan nuestros agricultores y ganaderos -lo han hecho en las calles- de vivir asfixiados por los precios. Y hay una bandera que aún sacan con timidez, pero deberían enarbolar con más garbo: ellos son los primeros ecologistas. Pero tiene más glamour hablar de Greta Thunberg que del proyecto de «ovejas bomberas». El pastoreo ayuda a que los animales se coman eso que luego es material combustible facilón para los incendios: el pasto y el matorral.

Nos gusta mucho lo de las dos Españas. Y de tanto separar se nos olvida lo que nos necesitamos todos. Últimamente se habla mucho de la rural. Al otro lado, imagino, la urbana. A los de los pueblos nos ha caído la suerte de tener que parecer muy de pueblo para resultar así atractivos al ojo del visitante. Lo rural como parque de atracciones. Es la metáfora del pan de pueblo. Si saben qué lleva diferente, ya me lo explican.

Pues en esa España que unos llaman vacía y otros vaciada, lo que hay es una España quemada. Porque ser el granero y la granja de España no es sólo una anécdota bonita. Porque da comer y a cambio se ‘come’ el 6.0 incendiario del progreso mientras el otro pasa de largo. Como el activismo medioambiental, que a veces no hace parada de las carreteras comarcales para abajo. Y eso que cada uno de nosotros podría esconder una Greta Thunberg. Pero de andar por casa. En este caso, de andar por España.

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