Lectura en movimiento
«Evidentemente al andar en calzoncillos alrededor de mi casa mientras leo en el iPad no me convierto en un genio ni recuerdo todo mejor. Pero el movimiento me ayuda a concentrarme»
Hace un año, me salió un insoportable quiste en el coxis (decir directamente «quiste en el culo» en la primera frase habría sido violento). Durante unos diez días no pude sentarme sin experimentar un dolor insufrible y solo encontré algo de calma con antiinflamatorios, de pie o andando lentamente. Para poder trabajar, me construí un escritorio elevado con varios libros y leía de pie o paseando de una habitación a otra. La necesidad se convirtió en una rutina que todavía permanece. Hoy todavía leo a veces en movimiento, dando pequeños pasos, construyendo patrones alrededor de la casa. Me da la sensación de que me concentro más.
En The extended mind. The power of thinking outside the brain, la periodista y ensayista Annie Murphy Paul da una explicación científica a esta sensación. Pensamos que trabajar quietos es sinónimo de diligencia y disciplina, y por lo tanto de concentración. «Lo que esta idea olvida», dice Murphy Paul, «es que la capacidad de regular nuestra atención y comportamiento es un recurso limitado, y una parte de ese proceso lo dedicamos a suprimir un deseo tan natural como el de moverse».
Es decir: al estar en silencio sentados y quietos estamos desaprovechando nuestras capacidades cognitivas. Esto no significa que el proceso sea automático. Uno puede concentrarse mucho sentado y estar muy despistado intentando trabajar de pie. Pero lo que señala Murphy Paul es que, biológicamente, no estamos hechos para pensar solo así. Durante miles de años, hemos pensado en movimiento. Al movernos, nos concentramos y recordamos más.
«Cuando estamos haciendo actividad física [aunque sea moderadísima], nuestro sentido de la vista se afila, especialmente con respeto a los estímulos que aparecen en la periferia de nuestra mirada. Este cambio, que también podemos observar en animales no humanos, tiene un sentido evolutivo: el sistema visual se vuelve más sensible cuando estamos explorando activamente nuestro alrededor. Cuando nuestros cuerpos están descansando –es decir, cuando estamos sentados en una silla– esta agudeza aumentada se reduce». Por eso en movimiento detectamos más errores en un texto; Murphy Paul pone varios ejemplos de editores revisando artículos o médicos examinando radiografías mientras andan en una cinta de correr.
Hay otros ejemplos interesantes de la relación entre el espacio, o el movimiento, y la concentración. ¿Por qué los actores son capaces de memorizar tanta información? Porque los seres humanos recordamos mejor lo que hemos hecho que lo que hemos oído o leído. Los actores no solo memorizan sus frases sino que las actúan. «Al conectar el movimiento con el contenido que queremos recordar creamos un ‘rastro de memoria’ mucho más rico y por lo tanto más indeleble [que si estuviéramos quietos]. Los movimientos del cuerpo activan un proceso llamado ‘memoria procedimental’ (memoria sobre cómo hacer algo, como por ejemplo cómo montar en bici) que es distinto a la ‘memoria declarativa’ (memoria sobre un contenido informativo, como el texto de una conferencia)».
En el libro, Murphy Paul entrevista al psicólogo Daniel Kahneman, autor del célebre Pensar rápido, pensar despacio. Kahneman, que tiene 87 años, ha encontrado un ritmo de paseo (después de un largo proceso de medir la velocidad de sus pasos y su frecuencia cardíaca) que le permite activar su mente y pensar (y trabajar) sin cansarse demasiado. «He encontrado una velocidad, de una milla cada 17 minutos, que considero un ritmo de paseo. Obviamente ejerzo un esfuerzo físico y quemo más calorías que si me quedara sentado, pero no me cuesta mucho y no me supone un conflicto ni me obliga a forzarme demasiado. Soy también capaz de pensar y trabajar mientras ando. De hecho, sospecho que la leve agitación que me produce el paseo se traduce en una alerta mental mayor» Pero si supera esa velocidad, pierde el hilo de sus pensamientos: «Si acelero, mi atención se dirige cada vez más a la experiencia de andar y al intento deliberado de mantener el ritmo acelerado. Mi capacidad de llegar a una conclusión en mis pensamientos se ve perjudicada. Si voy a la mayor velocidad a la que soy capaz en las colinas, no soy ni siquiera capaz de pensar en otra cosa».
Evidentemente al andar en calzoncillos alrededor de mi casa mientras leo en el iPad no me convierto en un genio ni recuerdo todo mejor. Pero el movimiento me ayuda a concentrarme. Me cuesta permanecer sentado durante más de una hora. Empiezo a tamborilear los dedos sobre el teclado, muevo mucho las piernas, cambio de posición. Como buena parte de mi trabajo consiste en leer, lo hago paseando. Si no me diera vergüenza, lo haría por toda la ciudad.