La decadencia de Cataluña
«El nacionalismo catalán se ha interesado más por manejar Madrid que por desgajar aquel territorio del resto de España»
Nadie como Claudio Sánchez-Albornoz ha expresado con tanta elocuencia la vinculación del sitio histórico de los pueblos y su carácter. Del catalán, con una ciudad comercial volcada hacia el Mediterráneo desde su extremo occidental decía que era un pueblo abocado al comercio, abierto a la recepción de culturas e ideas nuevas, mimbres de una actitud empresarial y hacendosa.
Bien podría ser cierto, al menos en parte. Pues siempre se ha destacado que sobresalía el carácter empresarial entre los catalanes. Pero faltaríamos a la verdad si no añadimos que hay otro afán que ha triunfado en ese rincón de España, que es la búsqueda del favor del Gobierno. Nadie se lo puede echar en cara; en eso consiste la política.
No se trata de reprochar a las élites catalanas su porfía del favor del Gobierno, sino de destacar familiaridad con el éxito. Las empresas catalanas, que no el común de aquellos y de otros españoles, se han beneficiado del proteccionismo que ha marcado el «modelo castizo» de nuestra economía, en feliz expresión de Juan Velarde. La industria textil, situada casi exclusivamente en Cataluña, se benefició de tener secuestrado el mercado interior por la política proteccionista. Un proteccionismo que alcanzaba a los españoles de ambos hemisferios, para desesperación, entre otros, de los connacionales de Cuba. La de Cuba fue una guerra por el proteccionismo catalán. Cambó llegó a decir: «Los catalanes hemos sido siempre muy hábiles manejando los aranceles».
El franquismo fue siempre generoso con Cataluña, como lo fue con el País Vasco. El historiador Carlos Fernández Santander, biógrafo del general Franco, muestra que desde El Pardo se obsequió a aquellas tierras con decisiones sobre el destino de algunas industrias, o la construcción de infraestructuras, con el objetivo de que su desarrollo calmase sus desvaríos nacionalistas y atrajese la inmigración de otras partes de España, maketos y charnegos. No sé si tales fueron sus motivaciones, pero no cabe duda de que el franquismo benefició también a Cataluña.
El nacionalismo catalán se ha interesado más por manejar Madrid que por desgajar aquel territorio del resto de España. Quizás tenga lógica que cuando el gobierno económico se desplaza a Bruselas, la pulsión secesionista lata con mayor fuerza. El Gobierno español puede destinar cantidades desproporcionadas del Presupuesto a mejorar las envidiables infraestructuras catalanas, y a sufragar todo tipo de empeño del sector público. Pero no puede ya proteger su industria.
Tampoco puede decidir que se sitúe la SEAT en Barcelona. Ni siquiera puede evitar que las empresas huyan de aquella región, transida de nacionalismo y de optimismo de izquierdas. El Gobierno de Pedro Sánchez colma con nuevos favores a Cataluña, y los barones socialistas hacen de plañideros, pero aceptan que sus regiones queden una vez más preteridas. Da igual. Porque el crecimiento no lo otorga el favor del Gobierno, sino la capacidad de una sociedad de producir con libertad. Y en Cataluña, el aprecio por la libertad queda anegado bajo una negra corriente de nacionalismo y socialismo. Por eso le ha superado Madrid. Por eso el diario ABC puede abrir su portada con el titular «Andalucía rebasa a Cataluña en la creación de empresas y puestos de trabajo». Un largo y doloroso declinar; esto es lo que le espera a Cataluña.