Plata o Messi
«Tardaremos muchos años en volver a alguien tan bueno como él, puede incluso que nunca veamos a nadie como él, pero toda esta farsa de las lágrimas y los sentimientos es una cuestión de dinero»
Resulta enternecedor el esfuerzo que las firmas más solemnes de este país siguen haciendo para analizar los movimientos de la clase política. Incluso en agosto, cuando el hemiciclo del Congreso no es otra cosa que un parque acuático sin socorristas, los opinadores necesitan sentar cátedra: hoy es el sexo de las matemáticas, ayer el impuesto a Madrid de Escrivá… ¿Alguien les escucha? Es el juego de todos los veranos: sus señorías se quitan las corbatas para irse a la playa y los que se quedan de guardia en el circo de Madrid juegan a hacer trampas con cuatro ideas improvisadas de las que nadie se acordará en septiembre.
De lo que sí seguiremos hablando es de Messi. Lo importante es lo importante. No hay Juegos que valgan, ni medallas de oro en deportes de dudosa disciplina olímpica. De un día para otro la Eurocopa se ha vuelto un recuerdo borroso. El verano es del Marca y de esos panegíricos con que la prensa deportiva acostumbra a tratar a nuestros Hércules contemporáneos: «Drama. ¡Messi se va!», «Todos los culés lloramos contigo, Leo»… Llora Leo y por sus mejillas corren treinta monedas de plata.
En esos balbuceos emocionados, en esa indefinición del «pasó lo que pasó» y el «se dio así» no hay otra cosa que un millonario que ha sacado buena tajada de cada uno de los goles que ha metido; él y su pandilla de amigos que le pedían que no cerrara la puerta del despacho del presidente del Barcelona cada vez que subía a renegociar su contrato. Tardaremos muchos años en volver a alguien tan bueno como él, puede incluso que nunca veamos a nadie como él, pero toda esta farsa de las lágrimas y los sentimientos es una cuestión de dinero.
Dice Messi que accedió a rebajarse el sueldo a la mitad y Laporta, entre excusas, aclara que el club no podía endeudarse más. Y en el bar del pueblo, con el café de la mañana, las miradas furtivas a los forasteros no le quitan protagonismo al tema de la temporada. A los que se visten de blanco se les ve por fin respirar tranquilos, aunque a gritos vayan con la vaina de que eso es bueno para el Barça. Los culés siguen paralizados, convencidos como estaban de que Laporta les iba a salvar. Ciegos, no quieren creer que esto fuera lo que en realidad estaba buscando su presidente. Los indios, con su historial de héroes caídos, se han librado de enfrentarse al dilema de qué hacer con el regreso de su principito.
No, nadie piensa en si Sánchez está vendiendo el país por un puñado de apoyos parlamentarios, a nadie le importa la lactancia de Irene Montero. Fuera se oyen los gritos de los niños asalvajados. En el bar se dilucida sobre el verdadero estado de la nación.