El arte de la cita
«Si citamos, es porque consideramos que el autor dice de forma especialmente lograda lo que pensamos nosotros mismos. Por eso, la cita es un arte»
¿Qué es la originalidad? Nadie con dos dedos de frente piensa que tal cosa exista. Goethe decía a Eckerman, su fiel confidente: «Si pudiera decir lo que debo a mis predecesores y contemporáneos, de mí no quedaría gran cosa». Para muchos, la literatura es la historia de una gran digestión. Esto, primero de todo, se hace a través de la lectura. Tal vez me repita, pero es preciso. En su ensayo «Provocación» (1982), el escritor polaco Stanislaw Lem formuló la Ley que lleva su nombre y que no hace sino expresar lo que tantos otros ya sabían y dijeron ocasionalmente mucho antes, porque sólo los tontos son adanistas. Consta de tres breves enunciados:
1- Nadie lee nada.
2- Los pocos que leen, no comprenden nada.
3- A esos pocos, lo que han leído se les olvida enseguida.
Nadie lo duda, excepto si los que pertenecen a la tercera categoría, ya sean lectores o escritores, han tenido la inteligencia, la generosidad y la paciencia de recoger los dichos (escritos u orales) que han configurado su propia reflexión y, en la mayor parte de los casos, su escritura. El ingenio no lega sus obras a la «humanidad» sino a otro ingenio afín, decía Nicolás Gómez Dávila.
A esta última categoría de lectores me voy a referir ahora, a raíz de la reciente aparición de dos libros que siguen dicho criterio. Se trata, por orden cronológico, de Malicia en el país de la política, presentado y seleccionado por Valentí Puig (Editorial Alfabeto, abril 2021) y Por gusto del Marqués de Tamarón, (Amazon Publishing, julio 2021).
Ambos han escrito un libro compuesto por textos de otros que, sabiamente utilizado para sus propósitos expositivos, les sirven para vehicular y apuntalar sus ideas. Para que funcione y no se limite a ser un mero florilegio o un diccionario de citas (que abundan y más ahora en la era Google), este tipo de libros debe responder a las inquietudes y al criterio totalmente personal del compilador y no ser una obra de erudición, aunque acabará siéndolo.
Estos libros de citas, poco comunes en nuestros lares, como ocurre con los dietarios (más que con los diarios), se caracterizan por ser un género misceláneo e idiosincrático en el que todo vale y dónde, como decía Victor Hugo de sus Cosas vistas, «se mezclan las cosas pequeñas con las grandes, tal como vienen, al azar, l’ensemble peint».
No puedo dejar de mencionar dos precedentes literarios de este interesante y, a mi entender, utilísimo enfoque de utilizar las citas. Son, también por orden cronológico, el libro del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, De Jardines ajenos (Temas Grupo Editorial, 1997), que él califica de «Libro abierto», compuesto por las citas que pacientemente había ido recopilando a través de su vida y que dice publicar para diversión de los lectores. No es otro el propósito del libro del segundo, y más logrado precursor de este tipo de compilaciones, el belga Simón Leys, publicado en francés en 2005 y diez años después en español (Ideas ajenas. Recopiladas idiosincráticamente por Simon Leys para el divertimento de los lectores ociosos, traducción de Teresa Lanero, Confluencias editorial).
Los libros que nos ocupan ahora, utilizan la misma fórmula, y mezclan citas literarias encontradas a través de las lecturas de sus autores que cada cual estructura y comenta según sus propósitos para hacer un relato de su vida de lector. Valentí Puig lo hace alfabéticamente y en su calidad de agudo e ingenioso especialista en «malicia» política. Para demostrarlo, reproduzco parte del Índice, cuya composición es harto elocuente:
̶ De absolutismo a Azaña, Manuel.
̶ De mal a muerte política.
̶ De Napoleón a nombramientos
̶ De secta a Stalin
̶ De Unión Europea a utopía
̶ De vecinos a vulgaridad
Para terminar con VP diré que el título de su repertorio es un sofisticado guiño al libro de Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas, como puede verse en el diseño de cubierta: lo decía Lautréamont: «El autor entiende que el lector sobreentiende», y este podría ser un lema muy adecuado para definir el sentido de las citas que incorporamos en nuestro discurso pues, si citamos, es porque consideramos que el autor dice de forma especialmente lograda lo que pensamos nosotros mismos. Por eso, la cita es un arte.
Paso ahora al libro de Tamarón, estructurado de una manera bastante diferente al de Valentí Puig, pues no se centra en un solo tema, sino que nos señala la línea de su trayectoria literaria y personal. Lo deja muy claro en el prólogo: «La vida sería más grata y más rica si todos leyéramos, en parte al menos, para disfrutar. Por gusto». Por eso aquí encontramos citas literarias, y frases, dichos y canciones, las primeras encontradas a lo largo de sus lecturas y las segundas a través de otras actividades igualmente instructivas, como escuchar atentamente y desde muy pronto (Canetti insiste una y otra vez en esa gran virtud) lo que dicen a tu alrededor.
Todos ellos: escritores, familiares y las personas que te asistieron y te acompañaron en tu infancia y en tu adolescencia, se van a convertir en tus maestros y en tus cómplices. Porque nuestros maestros no son solamente aquellos que nos enseñaron algo en la escuela y en la Universidad. Algunos podían no ser particularmente notables, pero eran maestros de pleno derecho pues nos «amaestraban». Maestras son también aquellas personas que, sobre todo en nuestra infancia, con sus palabras y sus obras, cambian nuestra manera de pensar y de plantearnos nuestra vida.
Todos esos maestros circulan con sus obras y sus dichos por este libro. Tamarón, sin olvidar su condición de filólogo y políglota, se ocupa de traducir las citas en muchos casos él mismo y, si no, recurre a especialistas para hacerlo, mostrándose muy cuidadoso con las fuentes, cosa que es de agradecer, aunque yo entiendo que (como sostiene Simon Leys, también políglota), lo importante aquí es el texto en sí mismo, en la lengua que sea, porque «el mayor servicio que nos prestan los grandes artistas, no es el de darnos su verdad, sino la nuestra», como dijo Alexandre Vialatte.
El mayor servicio de los grandes artistas y también el de las grandes y pequeñas personas que nos orientaron en nuestra vida. Esto Tamarón lo deja muy claro en su Epílogo: no hay que olvidarse, siguiendo a Gracián, de «sentir con los menos y hablar con los más».