El aplauso de una sola mano
«Acepta la tiranía del qué dirán sin uncirte a su yugo. El escrutinio social es la más vieja herramienta de control; solo los tontos la toman por regla de vida»
Estás asediado. Los peones y zapadores de la adulación han cavado profundas zanjas. De aquí no sales. Si eres humorista, tendrás que repetir el chiste o la imitación que te dio fama. ¿Mataste un perro y te llaman mataperros? No querrás que te llamen amante de los animales. Recuerda, en cualquier caso, que el marbete que te cuelguen no es cosa tuya. Lo dice Epicteto en el Enquiridion: o te haces valer por las cosas que dependen de ti, y no de los demás, o renuncias a hacerte valer. Todo exónimo es impreciso, pero eso da igual. Si dicen de ti que eres reptiliano, masón y colchonero, no te esfuerces en desmentirlo. Cría fama y échate a dormir.
Acepta la tiranía del qué dirán sin uncirte a su yugo. El escrutinio social es la más vieja herramienta de control; solo los tontos la toman por regla de vida. Recuerda que quienes hoy te dan jabón vendrán mañana con hachas, sarisas y lanzas en ristre. Marcha errante. No es malo hacerlo si eres señor de ti mismo. Como el Childe Harold, ve con ellos pero no seas uno de ellos.
Solo un mal escritor halaga a sus lectores. Ellos no quieren que los recibas en las caballerizas, vestido de palafrenero y oliendo a bosta, sino que les lances aceite hirviendo desde las almenas de la torre. No te excuses en la pamema de la obra abierta para hacerlos responsables de tus errores. Hay cosas que no pueden hacerse a pachas. ¿Para qué vas a navegar con dos remos si puedes cinglar con uno solo?
El aplauso de una sola mano… Así se titulaba una de las peores novelas de Anthony Burgess, lo que ya es decir. La publicó bajo el seudónimo de Joseph Kell. La expresión alude a un viejísimo koan zen: «conocemos el sonido que hacen dos manos al aplaudir, pero, ¿qué sonido hace el aplauso de una sola mano?». Una pregunta que, como todo koan, carece de respuesta.
Coda. El momento más feliz de la infancia de Belmonte, contado por Chaves Nogales. Se cuela en una dehesa cerca de Triana, le apartan una res y, para su propia sorpresa, la torea con la chaqueta, sin arrugarse ni amilanarse. Después, dándole la espalda, tira la chaqueta al suelo. «Cómo me sonaba en los oídos la ovación que yo mismo me estaba dando». Mejor que el aplauso de la muchedumbre es el que da una sola mano.