Poco ruido y muchas nueces
«El actual Gobierno de España garantiza que ese control nacionalista sobre la sociedad catalana sea férreo»
El mundo no miró esta vez a los narcisistas patológicos del lazo amarillo. La mayoría de los catalanes, exhaustos por la matraca sin fin, tampoco. Entre los que sufrían la fiebre del sábado tarde destacaron los síntomas de frustración: acusaciones de traición y brotes de violencia friki. Pedro Sánchez les había otorgado la impunidad ante la ley, y ellos creyeron que, con un cambio de normativa ad hoc, la Generalitat les bendecía con la inmunidad ante el coronavirus. Se manifestaron: primero con antorchas, después a la norcoreana y siempre sin sentido común. Los ataques a la Jefatura de Policía de Barcelona fueron el colofón de una fiesta que no pasará a los anales de la épica, ni a la lista de preocupaciones del indigno ministro Marlaska. Finalizó la Diada y sigue la decadencia silente.
El aquelarre secesionista fue minoritario y ratificó el fracaso del procés 1.0, pero ahora la Generalitat está controlada por un nacionalismo paciente aún más peligroso que el de Carles Puigdemont y su estrafalaria corte rusófila. Construye las condiciones para el siguiente golpe al Estado de derecho y aprovecha la relajación constitucionalista para ganar más espacios en la sociedad civil. Hay poco ruido, pero los de Pere Aragonès esperan recoger muchas nueces, porque, además, más allá de una minoría hiperventilada, el electorado independentista ha entendido la nueva estrategia.
Esquerra Republicana impone un caciquismo sentimentaloide, un neopujolismo maridado con una izquierda nada obrera. La Generalitat se consolida como un régimen cerrado y excluyente, y la élite económica parece negligentemente encantada. El Grupo Godó ficha a Pablo Iglesias para que sus malas ideas puedan infligir a los catalanes el daño que los madrileños supieron esquivar. La paralización de la inversión de 1.700 millones de euros en la ampliación del aeropuerto de El Prat-Barcelona es el epítome del nuevo paradigma: el sanchismo cede ante el separatismo y la extrema izquierda para hurtar a la Cataluña trabajadora más de 80.000 empleos. Es esta una eficaz alianza por la decadencia.
El nacionalismo necesita una Cataluña pequeña, donde no quepan empresas e inversiones, y con un aeropuerto de un tamaño suficiente para que el talento pueda emigrar sin excesivos apelotonamientos. Ante la imposibilidad de la independencia de iure, buscan el aislamiento de facto. Y el actual Gobierno de España garantiza que ese control nacionalista sobre la sociedad catalana sea férreo. 56 transferencias de competencias están sobre la mesa, desde la Seguridad Social hasta la gestión de la propia infraestructura aeroportuaria. Serán 56 instrumentos más para blindar el caciquismo. Y es que la parálisis del aeropuerto y la transferencia de competencias forman parte de un mismo plan: una pequeña Cataluña controlada por una gran Generalitat.