Mariana Pineda en la plaça Sant Jaume
«¿Se enseña todavía en las escuelas quién fue Mariana Pineda, esa valiente sevillana condenada a muerte por bordar a escondidas en casa una bandera liberal?»
En Cataluña hemos llegado a tal punto surrealista que ya no se sabe si es noticia que en la Generalitat pusieran una bandera española para la comparecencia de Pedro Sánchez después de la «mesa de diálogo» reunida con grandes aspavientos y grandes pretensiones de cumbre de «jefes de Estado» en el Palau de la Generalitat este miércoles, o que la quitaran para la comparecencia de Pere Aragonès. A este paso la bandera española va a convertirse en la bandera pirata más atrevida, en la enseña más subversiva que ahora mismo se puede sacar en Cataluña (la frase no es mía, es de Carlos Carrizosa), a ver si tendremos que bordarla a oscuras y a escondidas, en plan Mariana Pineda.
¿Se enseña todavía en las escuelas quién fue Mariana Pineda, esa valiente sevillana condenada a muerte por bordar a escondidas en casa una bandera liberal? Dice la leyenda, porque según algunos estudiosos la bandera, el «trapo» en sí, era lo de menos, y pudo ser hasta introducido en su domicilio sin Mariana saberlo, con el objetivo de dar a la policía absolutista excusa para detenerla, para interrogarla y para tratar de forzarla a delatar a todo liberal que ella conociera. Pues fue que no, a nadie ella delató. Prefirió ir a la muerte con la cabeza bien alta y con una dignidad sublime, para nada empañada porque la quisieran acusar de tratar de seducir a uno de sus captores y de ser, en suma, una mala mujer. Lo de siempre, lo de ahora mismo. Mariana, ni caso: como última voluntad, pidió que no le quitaran las ligas para no subir al cadalso con las medias caídas. Genio y figura de una liberal andaluza que es justo lo que necesitamos ahora en Cataluña. Refuerzos así.
Si esto de Mariana Pineda podía pasar en 1831, no parece que desde entonces hayamos adelantado demasiado. Ni que el «trapo» fuera lo de menos entonces, ni que sea lo de menos ahora. Por un «trapo» antes te ejecutaban y ahora a tanto no se atreven. Pero el mezquino apagón de la bandera española en el Palau de la Generalitat, sede, se pongan como se pongan, del Estado en Cataluña, es el peor de los augurios para «reconducir el conflicto», que dicen ellos. Porque la bandera española no es la de ningún país extranjero. Es nuestra, es de todos los catalanes. Si no está esa bandera, no estamos todos. Y quien permita que no estemos todos, quien lo vea normal y lo vea bien, no está presidiendo Cataluña de verdad.
Y mucho menos España.