THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Es la chica del barrio

«Pues dos años después, tras la pandemia y en muy buena medida como premio a su eficaz respuesta contracorriente a la gestión del Covid, Ayuso es la chica del barrio, sí, a la que todos quieren… o temen»

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Es la chica del barrio

EFE

Es tan inusual e inesperado que un dirigente de la derecha haya podido concitar tal avalancha de afectos (y votos) más allá de sus propias siglas que resulta humanamente comprensible la dificultad para apreciar, como un tesoro inexplorado, tan asombroso regalo de la fortuna.

Es comprensible porque el centro-derecha tiene que echar la vista muy atrás para verse representado por un dirigente político que trascendiera sus siglas para captar afecto (y votos) de caladeros ajenos. Tan atrás como Adolfo Suárez, sin olvidar todas las infinitas diferencias de momento político y motivación ciudadana.

Es evidente que el arranque de democracia, y de partidos, que puso en marcha la Transición nada tiene que ver con unas simples elecciones regionales en tiempos de multipartidismo, pero hay interesantes similitudes. La primera es que el primer presidente del Gobierno de nuestra democracia también era percibido como un outsider entre los suyos (aunque no lo fuera), mientras captaba la simpatía y el afecto (y el voto) de millones de españoles que estrenaban la democracia bien retratados en la célebre Libertad sin ira.

Es irrebatible que logró afecto y voto más allá de unas siglas creadas para la ocasión, y también que todo eso duró muy poco. Fue visto como el marido perfecto y el yerno ideal, como la encarnación del español que se esfuerza por salir adelante, como el hombre que quería ser moderno en aquellos apasionantes años. Comparado con sus pares, también fue visto como un chusquero de la política, mucho menos preparado que aquellos que acumulaban oposiciones del más alto nivel funcionarial en la creencia -tan querida por la derecha- de que la política es solo la alta administración del Estado por otros medios. Y no. O, más bien, no necesariamente para el liderazgo y para la victoria, pero sí después para una eficaz gestión de las tareas de Gobierno.

Es célebre la broma “al suelo, que vienen los nuestros”, atribuida a Pío Cabanillas Gallas con motivo del Congreso de Palma de Mallorca de febrero de 1981 que dinamitó la UCD desde dentro. Una sentencia que sigue siendo el mejor consejo para cualquiera que vaya a experimentar en carne propia la vida partidaria.

Es bien sabido cómo terminó el mandato de Suárez, y año y medio después, en octubre de 1982, cómo se esfumó la UCD. Leopoldo Calvo Sotelo, un gran presidente del Gobierno de España durante año y medio, no fue ni su cabeza de lista. Los 11 escaños de UCD en aquel octubre llevaron a la desaparición de las siglas de la Transición porque los afectos (y el voto) de la gente funcionan exactamente así: que Suárez (el chusquero) no les valía a los suyos, pues todos esos suyos recibieron el más explícito desdén de los españoles como respuesta.

Es ampliamente conocido todo lo que vino después, y no viene a cuento ahora salvo para apuntar que esa capacidad de conexión con la gente, esa cualidad de ser percibido como uno más de la familia, como un amigo con quien irse de cañas, esa habilidad para personificar el sentido común de una mayoría amplia y transversal en un determinado momento no es nada habitual en política. Lo logró Adolfo Suárez en la Transición, ha sido perfectamente encarnado por Isabel Díaz Ayuso el 4-M… y por muy pocos más.

Es la seducción, junto a la convicción, lo que explica esa atracción magnética. Seducción y convicción, primero, con un trasfondo -cuando toca gobernar- de un equipo con experiencia y formación para la gestión de la cosa pública.

Es obvio que el fenómeno político Ayuso no se produjo en 2019 con su designación por Pablo Casado como inédita candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. ¡Una chusquera de la política; solo una chica del barrio! Pues dos años después, tras la pandemia y en muy buena medida como premio a su eficaz respuesta contracorriente a la gestión del Covid, Ayuso es la chica del barrio, sí, a la que todos quieren… o temen. El tiempo ha probado que su respuesta al virus es más eficaz contra la enfermedad, y mucho menos dañina para la economía, que la patrocinada por los promotores de cerrarlo todo, pararlo todo e intervenir en todo.

Es sabido que, en 2019, la Ayuso-desconocida solo logró sumar 30 escaños. Dos años y muchas (y muy variopintas) campañas para su desprestigio después, la chica del barrio acumula 65 escaños, más del doble y más también que toda la izquierda junta en un ecosistema multipartidista. Por ser precisos, los 65 de Ayuso, más los 13 de Vox, más el puñado de votos sin escaño de Ciudadanos suman mucho más que la mitad de los votantes. Y, nos pongamos como nos pongamos, es estadísticamente imposible que en Madrid bastante más de la mitad del electorado sea de derechas: estamos solo ante el voto prestado a la chica del barrio que ha apalancado el afecto madrileño.

Es así como Madrid vio nacer un fenómeno político capaz de generar un entusiasmo inesperado y contagioso, amplio y transversal, populoso y popular, que impulsó casi inmediatamente un radical vuelco en las encuestas a favor del PP de Casado. “El voto hay que cultivarlo y merecerlo”, resumió el presidente del PP a su Comité Ejecutivo justo después de esas elecciones de mayo. Efectivamente.

Es el 4-M cuando Ayuso se convierte, para los madrileños, en esa Emperatriz de Lavapiés que retrató Agustín Lara en su Madrí, Madrí, Madrí; lo escribiera o no Lara, tanto da. Lo relevante es que, cinco meses después, son cada día más los entusiastas dispuestos a alfombrarle de claveles la Gran Vía y a montar la tremolina en cada una de sus estelares apariciones públicas. Todo muy a la madrileña.

Es chocante que el formidable tirón de Ayuso no sea capitalizado, con atónito entusiasmo, por el Partido Popular. Nunca antes la derecha se había encontrado con la inesperada fortuna de que una chica del barrio fuera capaz de sacar del mapa al pandillero más agresivo y faltón de la política española. Sí, un tal Pablo Iglesias: “España me debe una”. Y, con la misma sonrisa tímida de quien no ha roto un plato, que provocara un seísmo en la pandilla del guapo. Sí, todas las crisis de Gobierno y de partido que ha tenido que acometer Pedro Sánchez para sobreponerse al revolcón madrileño: España le debe otra.

Es por tanto previsible (y muy deseable) que lo de Madrid se arregle pronto. Muy pronto. ¿Qué tremolina organizarían, si no, todos esos fans que siguen a Ayuso allá donde va si solo resuena aquello de “al suelo que vienen los nuestros”? O también: ¿a cuánto ascendería la factura, en forma de desdén, de votantes prestados y consolidados que empiezan a no entender nada?

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