Volcanes
«Ni el volcán, ni nuestra propia existencia tienen sentido. Y está bien reconocerlo; si algo sobra en el mundo es solemnidad»
La erupción del volcán en La Palma, además del ingenio de la ministra Maroto, ha despertado a los animistas. Tras la pandemia[contexto id=»460724″] y la tormenta Filomena, confirman que la naturaleza les dice cosas: «La Tierra habla de vez en cuando. ¿Qué nos está diciendo?», se preguntaba en Twitter un poeta. Debe de dar rabia saber que la naturaleza te habla y no ser capaz de entenderla.
Confieso que estas reacciones me conmueven, siento que encapsulan siglos de humanidad. El ser humano necesita respuestas. Durante siglos culpó a los dioses o al diablo, y después a sí mismo y su Antropoceno. Pero un volcán no es un deshielo; no es fácil redirigir su rugido hacia el cambio climático, ni culpar a Sánchez o Ayuso. Como en marzo de 2020, solo queda buscar la respuesta en la naturaleza misma. Es fascinante; a pesar de la sofisticación de la geología, de los modelos computacionales y los algoritmos, el ser humano necesita un cuento: dos milenios después, el logos es incapaz de desbancar al mito.
No miento cuando digo que envidio esta facilidad para hallar respuestas donde, naturalmente, no las hay. Para algunos infelices, el avance letal de la pandemia, el colapso inesperado que provocaron las nieves de enero y la explosión de un volcán en La Palma solo confirman la absurdidad de todo lo que nos envuelve. La lengua de lava arrasa hectáreas, funde diabólicamente todo cuanto roza, fuerza desplazamientos, pérdidas, despedidas. ¿Y todo por qué? Porque sí.
Ni el volcán, ni nuestra propia existencia tienen sentido. Y está bien reconocerlo; si algo sobra en el mundo es solemnidad. Lo mejor que se puede hacer por una víctima es apoyarla al tiempo que se le dice la verdad. Ha de saber que la naturaleza no se venga, que no hay moraleja en su desgracia. Les sucedió a ellos, como a otros les sucede una riada. ¿Por qué? Porque sí.
El sinsentido puede parecer un punto de partida complicado para la afirmación de la vida, pero no es así. Cada mañana, miles de personas que desconfían de los dioses y carecen de oído para los cantos de la naturaleza, se levantan e intentan hacer las cosas bien. ¿Por qué? Porque sí.