Quema tu mascarilla
«Una regla de las políticas públicas es que una vez que algo está implantado es difícil dar marcha atrás. En España hemos seguido con diligencia las normas»
La mascarilla hoy es solo protocolo. Si la seguimos usando no es solo porque lo dice la ley, sino por una especie de pacto tácito con los demás o una cautela supersticiosa. Pero su función es hoy casi nula. En exteriores, es obvio que desde hace meses no sirve para nada. En interiores, con porcentajes cercanos al 80% de vacunados, cada vez menos.
¿A qué esperamos para eliminar la mascarilla del todo? ¿A la inmunidad de grupo? ¿A un imposible objetivo de un 100% de vacunación? ¿A una tercera dosis? Nos seguimos comportando igual que en 2020. Y como escribe Manuel Arias Maldonado, «para algo tiene que servir que nos hayamos vacunado tan disciplinadamente y sin pedir a nadie el carnet del partido».
La desescalada regulatoria también se mueve lentamente. En Murcia, a partir de hoy, la mascarilla ya no será obligatoria para hacer deporte (una decisión demasiado precoz, ya que el virus todavía no ha pedido perdón). En la noticia, una frase surrealista: «También en las pachangas entre amigos se podrá jugar sin mascarilla». Vaya, gracias. Sin embargo, en las clases de educación física de colegios e institutos es todavía obligatoria, «algo que muchos padres no terminan de comprender, ya que por la mañana sus hijos hacen deporte con la boca y la nariz tapada y por la tarde, en actividades extraescolares, ya no será así». Si las ambigüedades y vacíos legales resultaban a veces ridículas en las peores etapas de la pandemia, ahora más aún.
Una regla de las políticas públicas es que una vez que algo está implantado es difícil dar marcha atrás. En España hemos seguido con diligencia las normas. La campaña de vacunación ha batido récords y el movimiento antivacunas es cosa de «cuatro nazis en paro». Como dice Arias Maldonado, «Dado que las futuras mutaciones del virus serán por definición menos letales y que quien no se vacuna es porque no quiere, podríamos entablar una relación menos obsesiva con el virus. […] Pero no se trata de negacionismo, libertarismo ni ayusismo; solo de responder racionalmente a la evolución de la enfermedad».