Malditos maquinistas
«El virus se ha convertido en excusa universal; igual dejan de imprimir programas de mano en los teatros que te racanean un par de trenes en hora punta»
Esta es una de las columnas ganadoras del curso de la Escuela ethos: cómo ser columnista paso a paso, impartido por Daniel Gascón.
Si es usted de los que acostumbra a moverse en tren, habrá visto estos días que los pasajeros aguardan en los andenes más apretados que habitualmente, casi como si estuvieran tomando una caña en el nuevo Madrid postpandémico. Usted mismo habrá tenido que arrimarse al prójimo más de lo que la prudencia le recomendaba. Quizá incluso se haya contagiado en ese apeadero cutre, y para hacer más horrible su día, ha llegado tarde al trabajo porque el tren ha pasado a menos cuarto en vez de a y media. Y todo por una huelga.
Según dice el sindicato convocante (un sindicato que ni a usted ni a sus compañeros de vagón les suena de nada), Renfe ha aprovechado la pandemia para trajinarse frecuencias y cientos de puestos de trabajo. El virus se ha convertido en excusa universal; igual dejan de imprimir programas de mano en los teatros que te racanean un par de trenes en hora punta. Es posible que no le parezca motivo tan grave como el amianto en el Metro, pero se repetirá a sí mismo que los maquinistas están en su derecho, que unos servicios mínimos del 85% son claramente abusivos y que si el paro coincide con un puente es porque de esa manera tiene más repercusión. Sin embargo, sus buenos pensamientos no evitarán que contraiga una enfermedad en el andén, que le echen de su trabajo por llegar tarde o que sus días de descanso en la montaña se conviertan en interminables horas colgado del teléfono tratando de que le devuelvan el dinero de su malograda excursión. Por muy progresista que sea usted, eso no va a cambiar.
Quizá su empatía le impida caer en la ira desbocada, pero debe saber algo sobre las huelgas: a usted siempre le van a joder. Siempre. Le recomiendo que asuma esta realidad indubitable y se permita el lujo de protestar sobre lo mal que funciona todo y sobre lo perversos que son los maquinistas, casi tanto como los controladores aéreos. Al fin y al cabo, quejarse de la Renfe es prácticamente una obligación moral para todo viajero que se precie. Refunfuñar no le convierte en un reaccionario peligroso, simplemente las huelgas están diseñadas para eso, para fastidiar al pueblo. Como casi todos los derechos, sólo nos hace gracia cuando lo ejercemos nosotros, así que disfrute de su viaje y repita conmigo: «malditos maquinistas».