Nuestro error 404
«En estos territorios, el control de la capa social de internet se ha consagrado como la forma más fácil, rápida y efectiva para la vigilancia y la represión ciudadana en los últimos años»
Esta es una de las columnas ganadoras del curso de la Escuela ethos: cómo ser columnista paso a paso, impartido por Daniel Gascón.
Es nuestra especialidad. Los seres humanos tenemos una habilidad inconmensurable para destruir. Extinguimos el tigre de Tasmania, prácticamente hemos secado el Mar de Aral y exterminamos varias tribus indígenas, como los Karankawa o los Chisca. Ahora nos hemos propuesto un objetivo más ambicioso y de alcance global: la muerte de internet. No se trata de desenchufar el ciberespacio, sino de terminar con su libertad, o lo que es lo mismo, con su razón de ser.
Freedom House, la organización que lleva once años evaluando el nivel de libertad de internet, acaba de confirmar que la red de redes está más amenazada que nunca. En este Cluedo hay dos sospechosos principales que pronto podrían convertirse en verdugos: los Estados y las grandes plataformas tecnológicas. El móvil del crimen serían los celos provocados por el potencial de la web para traspasar las fronteras territoriales y superar el poder de la soberanía estatal. Sin duda, la red es el paradigma de la ubicuidad, pero esta capacidad de ser uno y Trino supone un desafío para los países, especialmente para aquellos en los que no se prodiga el respeto por derechos fundamentales. En estos territorios, el control de la capa social de internet se ha consagrado como la forma más fácil, rápida y efectiva para la vigilancia y la represión ciudadana en los últimos años.
En el caso de las plataformas, tenemos un perfil de sospechoso distinto pues son, a la vez, juez y parte. Son facilitadoras y silenciadoras. Ante la falta de una regulación clara y homogénea, hemos forzado a estas empresas a implementar sus propias normas y códigos éticos para mediar en la selva del ciberespacio. Esta es una tarea hercúlea y, sobre todo, peligrosa si pensamos en la diversidad de concepciones sociales, políticas y culturales existentes y en la dificultad para decidir sobre cada caso particular.
Aunque el panorama pueda parecer desolador, lo cierto es que internet no es una presa fácil y sigue resistiendo. Sus armas son la volatilidad, la resiliencia y la capacidad de generar sus propios escoltas a través de la participación individual. Aun así, convendría no confiarse. Dejar morir el vínculo invisible que nos ha convertido en sociedades conectadas sería uno de los mayores fallos de la Humanidad. Sería nuestro error 404, el error que no encontraría la página de la historia llamada «libertad».