Por qué Vox no hace daño al PSOE
«La infranqueable aldea gala de los socialistas europeos se llama… España»
Solo hay un gran país en el hemisferio occidental de Europa donde la extrema derecha o las nuevas variantes populistas de la derecha convencional se hayan revelado por entero impotentes para penetrar en el cercado electoral de la vieja socialdemocracia clásica, algo que ha ocurrido ya en la práctica totalidad del subcontinente, empezando por Francia, siguiendo por el Reino Unido, continuando por Italia y haciendo una parada técnica en Alemania, cuyos territorios orientales, los más pobres de la Federación con diferencia, constituyen ahora mismo el gran vivero hegemónico de los ultras de Alternativa por Alemania. Esa infranqueable aldea gala de los socialistas europeos se llama… España. Fenómeno extraño, la muy peculiar singularidad ibérica – en Portugal ocurre exactamente lo mismo- remite su explicación última a motivaciones domésticas, nacionales. Y es que lo normal, usando el término normal tanto en su significado estadístico – o sea como sinónimo de muy frecuente- como en la acepción política, apela a que el núcleo duro de los soportes tradicionales de las formaciones socialdemócratas vaya migrando, y de modo acelerado, hacia la nueva derecha iliberal y antiglobalista.
Sin embargo, Vox, el partido que entre nosotros emula de modo mimético las premisas programáticas de tal corriente doctrinal, es evidente, no logra igualar los éxitos de sus modelos en ese segmento específico del electorado. Mucha tinta se ha gastado aquí, en España, tratando de encuadrar al PSOE dentro de la categoría teórica que Piketty tuvo la originalidad de bautizar en su día como la izquierda brahmánica, cajón de sastre analítico donde su autor ha ido arrojando a tantos partidos socialdemócratas, todos de raíces históricas obreras y populares, que, tras la definitiva democratización de unos estudios universitarios ahora al alcance de grandes estratos de la población y la simultánea implantación del proceso globalizador, han pasado a representar de modo prioritario los intereses y afanes de ese grupo, el de los jóvenes formados y posmaterialistas, los bobos (burgueses bohemios), en detrimento de su clientela clásica de toda la vida, la de los barrios populares y las áreas fabriles.
Rememorando quizá a Pol Pot, Sergio del Molino ha aportado su propia definición del izquierdista brahmán, a saber: cualquier tipo que lleve gafas (y ni tan siquiera tienen que ser redondas, parece). Pero ni lo que Piketty ni lo de Del Molino se compadece demasiado con la realidad de la socialdemocracia canónica española. Y es que al PSOE le siguen votando los obreros, los pobres, los que viven en los barrios de las grandes periferias urbanas, los que cobran la pensión mínima y los que tienen pocos estudios. En ese aspecto, ya no se parece en casi nada al resto de sus congéneres en la Internacional Socialista. Algo más singular todavía si se repara en que los motivos que han llevado a las clases humildes del resto de Europa a abandonar a los socialistas para alinearse con la extrema derecha están tan presentes en España como en esos territorios al norte de los Pirineos. Causas ya de sobra conocidas que tienen que ver con la degradación salarial y de condiciones de vida provocada por el efecto conjunto de las migraciones masivas de mano de obra barata, además de las deslocalizaciones empresariales y la digitalización acelerada que destruyen empleos.
Que los ingresos reales de los trabajadores manuales lleven casi ¡medio siglo! congelados a ambos lados del Atlántico, tanto en Norteamérica como en Europa, periodo en el que la productividad no ha dejado de subir como un cohete merced a la revolución tecnológica, es lo que explica ese súbito cambio de las banderas rojas por otras negras que tanto recuerdan a los años treinta. Salvo aquí. Aquí, pase lo que pase, votan siempre al PSOE. Solo cuando ellos se abstienen, el PP gana. Los ha radiografiado en un libro –¿Cómo somos? Un retrato de la gente corriente (Deusto)- el sociólogo Ignacio Urquizu. Son el 30% de la población. Se definen a sí mismos como obreros cualificados. Ganan en torno a 1.200 euros al mes. Andan muy cerca de cumplir los 50. Viven en ciudades de tamaño mediano. La mayoría son mujeres. Y lo más importante: jamás votarían a Vox. ¿El motivo? La memoria histórica. Ocurre que, entre todos los segmentos que integran la sociedad española, ese en concreto es el que cuenta con más familiares directos que se alinearon con el bando republicano en la guerra civil. Algo que, pese al tiempo transcurrido, continúa teniendo todavía hoy una enorme carga emocional. De ahí el que en esa cohorte los de Abascal no superen el 1% de los sufragios. Misterio resuelto.