THE OBJECTIVE
José María Albert de Paco

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«Hacía ya tiempo que el Planeta había perdido su velo de inocencia»

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Rafael Robles | Flickr

En octubre de 1992, Rosario Bofill, la directora de El Ciervo, revista en la que yo oficiaba de becario, me cedió (o acaso me endosó) su invitación para el almuerzo de presentación del Premio Planeta, en el restaurante Los Tres Molinos, bodas-bautizos-y-comuniones. En aquella convocatoria, Fernando Sánchez Dragó se llevaría el galardón con la prosa fatigada de La prueba del laberinto, tal como presagiaban las quinielas. (En cierto modo, la cita tenía para mí algo de cuadratura del círculo: el verano anterior había sido testigo de cómo FSD lo redactaba en Cadaqués; solía coincidir con él en una calita cercana a Portlligat, y raro era el día en que no se ciscara en la primera manada de turistas que asomaba el pico por el lugar). En la mesa de los 3M me tocaron en suerte Pepe Ribas y Andrés Aberasturi. No hubo una sola conversación que no tuviera por objeto lamentar la comida que nos iban sirviendo en comparación con la de antiguos certámenes, en un sabroso intercambio de evocaciones que me enseñó que cuando uno come no debe hablar de otra cosa que no sea comida; ah, «aquellos cocktails de gambas». Ribas, que había reflotado su Ajoblanco sin saber exactamente para qué, cultivó el desaire hasta el empacho y a punto estuvo de despreciar el volumen de Historia del Arte con que la editorial obsequió a los invitados. «Los regalos de antes, chaval, también eran mejores». El viejo Lara, en su habitual parlamento, presagió el final de sus días y rompió en sollozos. «Lo hace cada año», me ilustró Ribas, que con las copas se dio a maldecir el libraco de marras sin remilgo alguno, como incitando al conato de rebelión contra tan escuálido soborno a la prensa cultural.

Hacía ya tiempo que el Planeta había perdido su velo de inocencia. Mucho antes que yo, Manuel Vázquez Montalbán holló ese mismo territorio. Este artículo, publicado en Triunfo, data de la concesión del premio a Ramón J. Sender, en 1969:

«Veinticuatro horas antes de la concesión del Premio Planeta 1969, cualquier lector de la prensa diaria barcelonesa podía haberse enterado de que iba a ganarlo Ramón J. Sender. ¿Que quién es Sender? Sender era, hasta no hace mucho, un hombre para conversaciones en voz baja y un autor para librerías con trastienda. […] Treinta años de exilio. Una casita en Alicante. Y de pronto Sender concurre al Planeta. ¿Por qué concurre Sender al Planeta? Necesidad de dinero; tal vez sea el motivo básico. ¿Necesidad de Sender? Tal vez este motivo también sea básico. […] El exilio, la cultura literaria y la ‘situación’ unidos en el acto reversible de una carambola. Y sin tiempo para la reflexión, Lara corre una anilla en el marcador. Es una carambola que se apunta, una carambola más a sumar a las que tuvieron en Gironella, Torcuato Luca de Tena, Emilio Romero y Ángel de Lera sus toques finales. Pero ninguna de estas carambolas tuvo la grandilocuencia histórica del Planeta 1969, concedido a un hombre que, en Proclamación de la sonrisa, escribiera: ‘Los premios están bien para las vicetiples’. Quizás hayamos abusado todos un poco en la exaltación del derecho del español a ser contradictorio. Aunque tal vez la palabra contradictorio sea insuficiente, por lo trascendente, y lo que ocurriera en Barcelona en la noche de los días 15 y 16 de octubre de 1969 fuera un collage de recortes y retales, de palabras y músicas, de gritos lejanos, lejanos, lejanos. Todo bien prensado, bien encuadernado, bien comercializado es: cultura».

Diez años después, y como atestigua esta crónica en El País de Rosa María Pereda, el cinismo ya había hecho mella en MVM. Todo su mérito consistió en exhibirlo con cierto aire de misterio, fingiéndose un vencido al que apenas le quedaba el esparcimiento gastronómico.

«Manuel Vázquez Montalbán ganó ayer el Premio Planeta de novela, en su 28 edición, con la obra Los mares del Sur, que presentó bajo lema y por la que cobrará ocho millones de pesetas. Fernando Quiñones quedó finalista con su novela Las mil noches de Hortensia Romero. El fallo del jurado se dio a conocer anoche en una cena literaria celebrada en un hotel de Barcelona. El premio, el más cuantioso de los que hasta el momento se conceden en España en su género, es una iniciativa del editor José Manuel Lara. […] «Yo no había negociado nada antes», dijo a El País Manuel Vázquez Montalbán, visiblemente nervioso, momentos antes de que comenzara el show de entrega del Premio Planeta. «Únicamente diré iOh! si me lo llegan a dar». Pues, no, no dijo ni ¡Oh! A pie firme recogió el trofeo de manos de la primera autoridad preautonómica, contestó preguntas de la radio, y, ya más tranquilo –«es una pasta ocho millones»-, siguió fumando el habano de la celebración. «Hace cinco horas», dijo a El País, «no sabía ni que fuera finalista. Y sólo hace unos minutos que supe que con quien luchaba era con Quiñones y no con Azancot. De verdad. He enviado la novela a Planeta porque, además de este dinero tentador, estaba la necesidad de cambiar la imagen. Esa imagen que dan los medios de comunicación.» […] Naturalmente, Vázquez Montalbán entregó, según él, su libro hace tres meses, bajo pseudónimo, y no lo dijo a nadie; ha pasado una noche de nervios e ilusión. Lara sabe crear el suspense, llevar el ritmo de las votaciones, con votos que suben y que bajan, y hay que decir que el habano ese, el de la seguridad y el escepticismo, estaba bien mordido por los nervios. «Yo hasta que no lo oiga por los altavoces…», había dicho a El País antes de la cena. Y hasta que lo oyó habían pasado los regalitos, la música de órgano, los langostinos. «Con esto gano una buena pila de años», dice Vázquez Montalbán.

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