THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Un país en liquidación

«Quizá haya que esperar a que llegue la Navidad y las tiendas se hayan quedado sin champán y sin turrón para que esta sociedad despierte y se dé cuenta de la calamidad generalizada»

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Un país en liquidación

Juan Manuel Serrano Arce | Europa Press

Hay que remontarse a los días de la II República para encontrar un cúmulo de despropósitos semejante en torno a un Gobierno español sin unidad ni rumbo. Peor aún, nuestro caos choca ahora con nuestra pertenencia a una Unión Europea que, es cierto, tiene problemas más graves con Polonia y su exmiembro Gran Bretaña, pero que está poniendo crecientes trabas a las pretensiones y peticiones de Pedro Sánchez, desde las tarifas eléctricas hasta los fondos de recuperación, tan imprescindibles.

En casa, ya se ve: el Ejecutivo partido por la reglamentación laboral, el Banco de España que descarta el proyecto de presupuestos como irreal, y de toda forma puede que no haya presupuestos porque los separatistas catalanes exigen a cambio de su voto que se obligue a Netflix (¡!) a incluir programas en catalán.

Las comunidades independentistas siguen tensando la situación, como si la ruptura PSOE-Podemos fuese poco, y sigue en marcha el mecanismo apenas disimulado de puesta en libertad de terroristas a cambio del apoyo vasco, mientras la Comunidad Valenciana y Baleares establecen sistemas de denuncia de los profesores que osen expresarse y enseñar en español. Ah, y los ilustres letrados del Parlamento catalán piden eliminar de su reglamento la corrupción como causa de cese de un diputado. Claro, algo tan común y aceptado como la corrupción, qué desfase.

Como si fuese necesaria una alegoría física de todo este proceso descabellado, tenemos un volcán canario que lleva muchas semanas ya estallando y autodestruyéndose. La imagen de la España que no habla ya casi de la pandemia, porque parece en su tramo final… cuando en realidad empieza a rebrotar, como en toda Europa.

La ciudadanía, aturdida por este año y medio de anormalidad, sigue sin querer más allá de sus renovadas salidas a cenar, a bailar y a pasar fines de semana en caros hoteles. Salvo grupos de intereses muy reducidos, ya casi nadie se manifiesta, y los que lo hacen son cuatro gatos. En estado de shock, pagando cada día más por la luz y por las manzanas, quizá haya que esperar a que llegue la Navidad y las tiendas se hayan quedado sin champán y sin turrón para que esta sociedad despierte y se dé cuenta de la calamidad generalizada, de un país que puede irse al garete.

Como no hay mal que por bien no venga, algunos pensarán que la ruptura de los interesados acuerdos entre socialistas, comunistas y separatistas nos abocarán a esas elecciones anticipadas a las que tanto teme Sánchez. Sería probablemente el único punto con un posible ‘borrón y cuenta nueva’ que nos salvase de caer aún más en la atonía económica y la división territorial. Pero entre la ley electoral hecha para impedir mayorías y la dificultad para formar coaliciones de centro-derecha, quizá nada cambie tras el voto.

Respiremos hondo, e intentemos al menos regresar al raciocinio…

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