Atascos delatores
«Libros, cine y series han romantizado la carretera hasta un extremo bastante absurdo»
Hay una desproporción máxima entre el mito de la carretera y su realidad. Una cosa es leer a Kerouac cruzando en coche de una costa a otra de Estados Unidos, y otra muy distinta ponerse a ello: es la distancia que va de la imaginación a los hechos. Uno se imagina cruzando La Mancha en coche de camino al sur y cree verse parecido a Travis, en Paris-Texas, con su camioneta buscando la redención y un nuevo comienzo. Pero, apenas ha llegado a Puerto Lápice, ya está lamentando su suerte, y preguntándose que qué necesidad había. Primero, de tragarse el atasco de salida, y, después, el aburrimiento del trayecto. ¿No era mejor irse en AVE? ¿No era mejor no ir? Después uno se alegra, pero porque le compensa el sacrificio, no porque este sea parte del disfrute.
Libros, cine y series han romantizado la carretera hasta un extremo bastante absurdo. Pero quizá sin eso sería aún más difícil afrontar los atascos y las retenciones que los habitantes de las grandes ciudades debemos soportar cada vez que tenemos un día o dos de más de vacaciones. Y se produce aquí otra paradoja de las romantizaciones contemporáneas, la de las grandes capitales: nos pasamos el día leyendo o escuchando alabanzas sobre las urbes, sobre tal o cual ciudad, sobre su presente vibrante y su futuro esplendoroso, sobre su realidad como hub de talento y centro neurálgico de las nuevas vanguardias artísticas o tecnológicas, de su inmensa oferta gastronómica y de ocio, pero la realidad es que nos queremos ir de ellas apenas nos conceden unas horas más de asueto o de no presencialidad. Los inmensos atascos de salida en hora punta refutan cualquier discurso sobre lo bien que se vive en un lugar. La retención kilométrica de regreso el domingo es apenas el doble check.
Difícil no pensarlo cuando uno observa y es parte de dicha dinámica en días festivos como los recientes. El atasco no son los demás. Hay algo perturbador en esa disonancia que se revela en toda su crudeza ante una hilera de coches a ralentí cuyo final no intuimos. ¿Merece la pena? ¿Es esta la mejor forma de organizarnos que tenemos? ¿Nos gusta tanto la ciudad de la que estamos deseando huir y a la que nos apena llegar? Y más perturbador aún es hacerse esas preguntas y responderse que no a todas ellas.
Más difícil aún es pasar de las palabras a los hechos, pero pocas cosas tan desesperantes como los atascos y las retenciones para tener el tiempo y la voluntad que apenas nos faltan para tomar la decisión que llevamos demasiado tiempo queriendo tomar.