Presupuestos amarillos
«Los Presupuestos no son algo que nadie se pueda tomar a la ligera. Menos si quien los presenta ya ha acreditado en un pasado no muy remoto su capacidad de malversar a manos llenas»
Esta semana hemos vivido otra tormenta amarilla en el Parlament de Cataluña. El conseller d’Economia, Jaume Giró, presentó tarde y mal su proyecto de cuentas catalanas para 2022, que el Govern ha tratado de hurtar al debate dejándolo para el último momento y después metiendo prisa, mucha prisa, a lo mejor esperando que esto ayudara a que nadie se leyera la letra pequeña (ni en realidad la grande…) y a que se votaran (o no se votaran…) estos presupuestos sin leérselos. Sin mirar.
Bueno, esto es lo que anunció desde el principio que pensaba hacer el PSC: emulando a Zapatero cuando se comprometió a aprobar «cualquier» reforma del Estatut que le propusieran Pasqual Maragall y sus socios de tripartito, Salvador Illa se apresuró a blandir un gigantesco cheque en blanco ante Pere Aragonès. Quedó claro que, mientras Pedro Sánchez pueda sacar adelante sus Presupuestos con apoyo de ERC en el Congreso, el PSC está más que deseoso de devolver el favor en el Parlament. Ponga lo que ponga en los papeles. Como si pone tonto el que lo lea y tonto dos veces el que lo vote.
Así hace oposición hasta mi sobrina de seis años, oiga. Si esto hacen con los presupuestos, ¿qué no harán con otras cosas en las que nadie se fija?
Por supuesto que haciendo presupuestos, uno hace política. No es como ir al cajero automático. Pero dada la gravedad del asunto, dada su inmensa repercusión en la capacidad de una Administración de gestionar los recursos en el mejor interés de todos los ciudadanos (no sólo de los votantes de tal o cual partido: se pueden pasar por alto ciertos favoritismos, pero no el negar el pan y la sal a colectivos o a territorios enteros que no son feudos electorales de quien tiene las llaves de la caja…), bueno, los presupuestos no son algo que nadie se pueda tomar a la ligera. Menos si quien los presenta ya ha acreditado en un pasado no muy remoto su capacidad de malversar a manos llenas.
Que no hace tanto, señores, que el Tribunal de Cuentas ha reclamado 5,4 millones de euros en fianzas por la fortuna en dinero público dilapidada no en «acción exterior», como eufemísticamente se dice, sino en una verdadera campaña de descrédito de todo lo español en el extranjero, cuando no directamente campaña de odio. Eso el que iba «de buena fe», porque ya se sabe que en estas cruzadas del independentismo, por cada hiperventilado sincero, se apuntan al carro quince aprovechados y veinte trepas. Todos a pensión completa pagando el contribuyente.
El presente proyecto de presupuestos de la Generalitat ya ponía los pelos de punta por muchas cosas: por su carácter alocadamente expansivo, como si los fondos europeos no se fueran a secar nunca. Por la ingenuidad que hace falta para creerse que semejante montaña de gasto va a ser sobre todo social. Si sólo hay que sacar la calculadora y ver qué destinan a Salud y qué destinan a TV3. O a alimentar las fauces de Plataforma per la Llengua, esa hipersubvencionada Gestapo del catalán que cobra millonadas por espiar qué idioma hablan los niños en las escuelas y animar a los estudiantes universitarios a delatar a aquellos de sus profesores que les den las clases en castellano. Mccarthysmo en estado casi puro.
Pero decididamente ha sido el tema de la acción exterior lo que ha encendido todas las alarmas de la posible, más aún que posible, muy probable, anticonstitucionalidad de estos presupuestos. Hace falta mucha arrogancia para que el Tribunal Constitucional haya sentenciado (concretamente en septiembre de 2020) que la Generalitat no es ni puede ser sujeto de «acción exterior» separada de (y hasta enfrentada con) la del resto de España, que con dinero público no se pueden financiar excursiones faraónicas a foros internacionales para exportar «soberanía catalana»-a falta de mercancías más atractivas-, no digamos para embarcarse en fantasmagóricas «autosoberanías digitales»…Hace falta mucho arrojo, en suma, para que el TC ya haya sentenciado contra todo esto y te lo vuelvas a encontrar cortado y pegado tal cual en estos presupuestos, como si no hubiera pasado nada. Si cuela, cuela: sin Constitución y a lo loco.
No es habitual pedir la reconsideración de la admisión a trámite de un proyecto de presupuestos ya aprobado por el Govern. Ciutadans lo ha tenido que hacer en tiempo de descuento, ya con un pie en el estribo de la tramitación parlamentaria de las cuentas. No es que nos guste el suspense, es que deliberadamente se han dejado las cosas para el último momento, usando la premura como un arma de guerra y de imposición. Como un limpiaparabrisas de toda oposición molesta.
Hay que decir que esa política tiene su eficacia. Al Partido Socialista sí que se lo han quitado de encima como quien se sacude una pulga: los de Illa prometieron votar el presupuesto que fuese sin mirar, y ahora que otros lo hemos mirado y les hemos advertido de lo que pone, pues erre que erre, dicen que lo van a votar igual. Que la Carta Magna debe ser, para ellos, como el manual de instrucciones del iPhone.
Parece esgrima parlamentaria sin consecuencias, parece un videojuego, pero no. No es posible exagerar la importancia y el calado de unos presupuestos para cualquier persona que viva en un territorio, vote lo que vote, le interese la política más o menos, tenga más o menos ganas de enfrentarse al poder establecido. O a esta tormenta de arena amarilla que a su paso sólo deja devastación. En Cataluña el cambio climático avanza dos o tres veces más rápido que en el resto de España. A este paso, a finales de año no quedará ni rastro del antiguo oasis. Sólo quedará desierto. Y miseria. Y rencor.