Hubo una España guapa
«Tener una conducta asilvestrada no es sinónimo de progresismo moral»
El desprestigio de la autoridad, en el sentido tanto de authoritas como de potestas, ha contribuido a que muchos piensen que en todos los ámbitos ha de prevalecer la igualdad. Unas ideas que podemos calificar de buenistas, cada vez más alejadas de la tradición de esfuerzo y de ejemplaridad que antes se requería en determinados ámbitos de la vida, como la educación, regidos por códigos más aristocráticos.
Ahora tenemos políticos sin disciplina, incapaces de distinguir contextos y espacios diferentes que exigen conductas distintas. Esta misma semana la izquierda ha vuelto a degradar nuestras instituciones mostrando una fotografía obscena, inadecuada. Pienso en todas las mujeres elegantes de este país que tienen que ver estas cosas por televisión. Tener una conducta asilvestrada no es sinónimo de progresismo moral ni político, sino probablemente un subterfugio de los mediocres para que imperen sus códigos de conducta, se normalicen. Es cierto que en España la creación de un personaje –que tantas veces sólo es fruto de la mala educación– parece que concede al político un aura de grandiosidad. La crisis de la autoridad y la crisis de la tradición a veces aparecen estrechamente entrelazadas con la tradición picaresca española.
La reverencia al pasado y a la tradición se van perdiendo porque hemos idealizado todo lo moderno e innovador, aunque sea cutre. Pero además, en España, ha llegado el momento de revisar las cuatro ideas recibidas del pasado. Seguimos sumidos en el reduccionismo propio de adolescentes que identifican el pasado con la mentalidad franquista, y confunden la autoridad con el autoritarismo, o la disciplina y tradición con el fascismo. Es una idea que asume que lo moderno es no tener moral ni disciplina. La mayoría estamos confundidos, hemos pasado del extremo de una educación severa y estricta, de un estilo de vida sencillo y austero, a ver cómo ahora se apuesta por lo infantiloide, la mala educación, la estridencia en las formas y la pérdida de todo código moral y de conducta… ¡En una generación!
Asociamos estos valores con determinadas ideologías, lo cual es de un reduccionismo malsano. Tal vez algunos sean muy jóvenes y desconozcan esta verdad: en el siglo pasado hubo españoles con buenos modales y mucha clase, y entre ellos, algunos fueron modernísimos, la etiqueta no tiene ideología y la elegancia era sinónimo de sencillez. Cómo recuperar esa elegancia sencilla que tuvo la España bonita, una España que ya pertenece a las fotos en blanco y negro, romper con ese cliché de que la buena educación es elitista o que los valores de la España tradicional son una inercia de la dictadura es algo que debemos repensar. La moral no es un invento de Franco y tampoco una inercia del nacionalcatolicismo. En España había modales, respeto a la tradición o a la autoridad, discreción… eran formas y códigos elegantes que, en conjunto proporcionaban armonía y belleza.
Ahora parece ciencia ficción escuchar en el Congreso la belleza de un discurso, la profundidad de la palabra viva de algunos oradores y la elegancia (pienso en José Bono regañando al ministro Miguel Sebastián por ir a trabajar sin corbata en verano). ¿Qué ha ocurrido en España? Los políticos, en tanto que representantes, tienen un papel primordial en la facilitación del desarrollo de las formas y el tono. Algunos tenemos nostalgia del saber que sabe a perfeccionamiento de las formas; a intensidad de los temas debatidos siempre con gusto y elegancia. No permitamos que nos quiten eso, si aún podemos evitar la dictadura del mal gusto.
La política, en general, no debe perder el aura humanista con la que la rodeaba la tradición. Ahora la educación y la cultura deben hacerse pequeñas del todo, mediocres, y para sobrevivir no hay que sobresalir. El valor de la cultura, que promueve la excelencia, las buenas formas, hoy se ve amenazada por las imposturas de representantes como Arenillas, pero desgraciadamente en nuestro país dan buen resultado: entra dentro de la modalidad de la picaresca. Y quizá sirva de comidilla, para que la gente tenga algo nuevo que comentar, y compartir porque lo encuentran –¿cómo dicen ellos?– brutal. Eso, brutal…
El problema de ámbitos como la política o la educación en el mundo moderno se centra en el hecho de que, por su propia naturaleza, no pueden renunciar a la autoridad ni a la tradición, y aún así deben desarrollarse en un mundo que ya no se estructura en torno a la autoridad ni se mantiene unido gracias a la tradición. Hubo una España guapa, de gentes que dejaban salir antes de entrar, que sabían lo que era la cortesía y daban los buenos días. Lo que vemos ahora es una España más cutre y más fea, menos idílica. Sólo nos quedarán esas fotos de nuestros abuelos y su mirada elegante, como viejas estrellas de cine.