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José García Domínguez

¿Tiene cura el populismo en Andalucía?

«El populismo se ha concentrado en las demarcaciones meridionales del país, con particular y eficaz énfasis en Andalucía»

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¿Tiene cura el populismo en Andalucía?

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, con la bandera de la región. | EFE

Ya va para algo más de una década que aquí, en España, nos dedicamos a rellenar todos los días las planas de los periódicos hablando del populismo; para mal, huelga decir. El monotema recurrente, es sabido, irrumpió en escena de la mano de Podemos y ahí sigue. No solo en España, pero muy particularmente en España, ocurre que la voz populismo ha acabado siendo desposeída de su muy preciso significado político original para devenir en poco más que en un simple insulto, en un misil retórico presto a ser lanzado contra cualquier oponente al que se pretenda descalificar de plano. Así fue como populismo y hez política devinieron bien pronto significantes sinónimos a este lado de los Pirineos. Y es que, contra lo que aconsejaría el más mínimo rigor terminológico, lo populista se asocia entre nosotros, y de modo exclusivo, al empleo intensivo de la demagogia garbancera en la reyerta política diaria, una empresa en la que el cesante Iglesias acreditó pericia notable durante esos quince minutos de gloria que Andy Warhol prometiera a todos los don nadie de la Tierra. 

Pero la demagogia política, y lo sabemos desde Platón, consiste en el arte retórico de ofrecer soluciones muy fáciles que se saben falsas a un auditorio que se sabe muy ignorante; un ingrediente necesario del populismo, sin duda, pero no la esencia ni mucho menos del populismo. Y ello porque la verdadera almendra de las prácticas políticas populistas no remite al abuso sistemático de la simple demagogia, una herramienta de uso habitual en mayor o menor medida entre todas las corrientes ideológicas, sino al deliberado manejo partidista de la pobreza material de los votantes a fin de sostener en el poder a una maquinaria política cuyo éxito se fundamenta en última instancia en la perpetuación de ese estado de cosas paupérrimo. El populismo es la indigencia económica elevada a suprema razón de ser política. Por eso, populismo, populismo del de verdad, del auténtico, del pata negra, no es lo de Podemos, sino lo que llevaba haciendo el PSOE de Despeñaperros hacia abajo a lo largo de los últimos cuarenta años. 

Porque en España la corrupción y el nepotismo han tenido un alcance tan ecuménico y democrático que no han querido distinguir nunca entre territorios, pero el populismo, en cambio, se ha concentrado en las demarcaciones meridionales del país, con particular y eficaz énfasis en Andalucía. Por algo, el principal rasgo práctico del populismo genuino es su dimensión redistributiva. El cliente de los populistas, contrariamente a lo que parece indicar su nombre, cobra, ya sea en dinero o en especie, de sus patrones políticos, y de ahí su inquebrantable fidelidad hacia ellos en las urnas. Unas políticas clientelares y populistas, las que caracterizaron al PSOE andaluz desde el principio, las mismas que está por ver que la derecha vaya a ser capaz de cambiar en lugar de utilizarlas en su propio beneficio, que, por muy ingrato que nos resulte admitirlo, ayudaron a frenar en seco la crónica sangría migratoria de la población local. Algo que conviene no olvidar.

Se ha convertido en un tópico manido apelar a California cuando se fantasea desde la política sobre hipotéticos futuros radiantes para la región. Pero no procede que nos engañemos más de lo imprescindible. California, como ocurre con la propia Andalucía, solo hay una. Y acaso no nos debiéramos hacer excesivas ilusiones utópicas al respecto. Territorios similares en otros países del sur de Europa, léase el Mezzogiorno italiano o el Algarve portugués, pese a constantes transferencias de recursos públicos desde los centros políticos -enormes a lo largo de más de media centuria en el caso del Mezzogiorno- no han logrado tampoco salir de su posición de atraso relativo dentro de sus marcos nacionales. Por lo demás, las comunidades autónomas son hijas de la democracia española. Y en todos los países que se democratizaron antes de contar con un Estado fuerte – Estados Unidos es el gran ejemplo, pero también Italia o Grecia- emergieron poderosísimas redes clientelares muy difíciles de desmantelar luego; tan difíciles de desmantelar que en Italia han renunciado por imposible al empeño tras más de un siglo y medio intentándolo en vano. ¿Podría ser muy distinto ahora el destino de Andalucía? Lo dudo. Y mucho.

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