Las calles llenas de gente y el tiempo pasando
«Las arrugas que ya tengo no se van a borrar, y está bien que así sea»
Las calles están llenas de gente paseando. El primer sábado me sorprende la toma del paseo de Independencia de Zaragoza, pero tiene una explicación: han encendido las luces de Navidad y, por esa tarde, se ha hecho peatonal. Yo vuelvo de comprarme cremas porque el paso del tiempo se me ha revelado así, de pronto. Y al ver a una amiga guapísima que me saca unos años he tenido la necesidad de correr a hacer algo para pararlo. Como iba con mi hija mayor, no me he gastado tanto dinero como me proponían en la tienda especializada, el sérum de retinol es carísimo, tal vez se lo pida a los reyes, le he dicho, tengo tres hijos y me da mala conciencia gastarme tanto dinero en mí. A la salida vemos las luces que van haciendo formas geométricas, cubos de diferente tamaño, que a mí me parecen más bien feos. Atravesamos el paseo de vuelta a casa, aunque antes tenemos que parar a comprar leche.
El domingo de la siguiente semana, salgo del cine a las dos de la tarde –pocas cosas me gustan más que la sesión matinal, aunque la versión original subtitulada haya sido imposible; la felicidad nunca puede ser completa–. He ido a ver Tres pisos, la película de Nanni Moretti, seguramente una de mis personas favoritas del mundo, al menos de las que no conozco en persona. A la salida, el sol que me da un poco en la cara justifica mis gafas de sol graduadas y me acaricia, como para terminar de cerrar esa mañana casi perfecta. Me cruzo con una conocida que me dice que viene de ir a ver la crecida del Ebro. Un rato después veo en la web del periódico que han tenido que desalojarse algunas zonas de la provincia de Zaragoza. Las calles siguen llenas de gente, aunque es la hora de comer, por la tarde será peor. No tengo planes para salir por la tarde.
Luego leo un texto de Jimina Sabadú en el que dice que en julio cumplió cuarenta años, «y no fue una tragedia», explica. «No obstante me hizo pensar mucho: la mitad de la vida ya se fue. Se acabaron los ensayos. Por suerte conservo todas mis piezas dentales, tengo un techo, y nada terrible de lo que arrepentirme», sigue. No sé si llegaré a los cuarenta con todos los dientes, diría que sí, a no ser que cualquiera de mis muelas del juicio –cuya existencia ha sido descubierta hace poco en una radiografía panorámica gracias a una aparatosa máquina y las dos de abajo, por cierto, no pueden estar peor dispuestas– empiece a dar guerra.
«Elaboré esa misma semana una lista de cosas que habían pasado en los últimos diez años», escribe Jimina Sabadú. Cuando Vainica doble sacó su primer LP, Gloria van Aerssen tenía un año más de los que tengo yo ahora, y Carmen Santonja, un años menos. Por un segundo siento la tentación de emular a Sabadú y arrancarme con mi propia lista, Perec meets terapia de andar por casa. Pero pienso que eso serviría, sobre todo, para darme cuenta de manera más rotunda del paso del tiempo y de que hice bien en comprarme esas cremas, que quizá voy ya con unos años de retraso, que tengo que volver a por el sérum, y que las arrugas que ya tengo no se van a borrar, y está bien que así sea.