THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Gente con valores

«El declive del Barça empezó con la pamema de los valors. Cuando te comprometes con algo tan abstracto, puedes presumir de bondad al tiempo que ayudas a cargarte la convivencia»

Opinión
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Gente con valores

Pep Guardiola. | Joan Valls (Europa Press)

El declive del Barça empezó con la pamema de los valors. Cuando te comprometes con algo tan abstracto, puedes presumir de bondad al tiempo que ayudas a cargarte la convivencia. Puedes defender la infancia y cerrar filas con asociaciones que espían en los patios de colegio. Puedes, incluso, cambiar tus estatutos para incluir una mención a los Derechos Humanos y, a renglón seguido, jugar en Arabia Saudí. ¿Quién encarna mejor los valores del club que su actual entrenador, apolítico en la teocracia y activista en la democracia?

Los valores, pese a lo confuso de su nombre, no valen nada. Quien se adhiere al nacionalfutbolismo puede ser tan virtuoso como Pitágoras o tan simple como Suso de Toro. Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. Los rectos y ordenados, que comen quinoa por los pasillos y salen del despacho para entrar al gimnasio, no disfrutan mucho pero tampoco sufren demasiado. 

¿Vives una vida sin sustancia? Pues concreta. Etimológicamente, lo concreto es lo coagulado, lo condensado, lo que ha crecido por acumulación. Solo quien hace cosas concretas puede hacer cosas con sentido, aunque sean pocas. En cambio, la persona abstracta -esto es, abstraída- se engolfa en un sinfín de quehaceres que nada significan. Quien no crece por acumulación se desparrama.

¡Valores! El insustancial se dice sediento de ellos. Pero todo valor es la versión fantasmagórica de una virtud, despojada de su cuerpo, que es el hábito. Los valores tienen la misma sustancia que un cartel con fotos de paellas; la virtud es tal si la ejerzo, igual que la paella es tal si me la puedo comer. La ética abstracta no es ética porque no tiene que ver con un ethos. Es en las virtudes y -¿por qué no?- en los vicios donde se concretan las personas sustantivas. 

Pecca fortiter, sed crede fortius… Con esta frase, Lutero venía a decir: peca fuertecito, pero cree a lo bestia. Tanto la fe como el extravío jalonan el trazado de la persona concreta. Si abrazas el soberanismo, no seas camastrón ni hables a medias como Pep Guardiola¡Peca fuerte! Señala a los estudiantes de castellano, dona tu salario al Consell de Waterloo, insulta a la abuela cuando ponga Radiolé. Esto es concretar, esto es crecer. Por la herida de tus excesos supurará la hiel. Mas también por ella entrará la Gracia hasta cuajar tu sangre.

Uno está cuajado, por decirlo en jerga taurina, cuando alcanza la plenitud de su trapío. El tópico atribuye la maestría a la madurez, pero lo maduro es aquello que, de puro viejo, abandona la cepa de lo vivo y se agusana. No hay sabiduría en ser un vejestorio y estirar la pata; sabios son, en cambio, quienes templan el carácter a la lumbre de la virtud y, después, lo orean en la noche bastarda de los vicios.

Ni la senectud confiere la maestría, ni la juventud garantiza la frescura. Piénsese en aquellos muchachitos que lo fían todo a los «valores europeos». Es como vivir una vida a la belga: comer mejillones hervidos con patatas, ver ciclismo en la tele y echarse a morir. ¿No hablaba Miliki de los niños de cuarenta años? Pues también hay carcamales de treinta. En ellos no fulge la luz de la primavera, sino el reflejo crepuscular del otoño. Empeñados en brillar con la hulla del patriotismo liberal y las bujías del euroconstitucionalismo, lucen mustios y macilentos. No crecen porque no concretan y no concretan porque no crecen.

Cuando mengua la sustancia, llega el sustanciero. Así llamaban a esa suerte de buhonero que, en tiempos de penuria, alquilaba por horas un espinazo de vaca para que la gente diera un poco de sustancia al caldo. Hoy no blande un hueso atado a un cordel, sino el aderezo dulzón de la nostalgia. Sobra decir que el condimento, por empalagoso que resulte, no sirve para dar brío al sopicaldo. Puestos a elegir, antes que las arengas en favor de «valores» como «la amistad» o «la familia» -verdadera apoteosis de lo inconcreto-, prefiero una pastilla de Avecrem.

Valores, valores, valores… Pocas cosas gustan más a un insustancial. Los bilbaínos llaman a este tipo de persona «sinsorgo», que viene del euskera zentzurge, carente de raciocinio. ¿Qué juicios sobre la realidad puede emitir quien no arraiga en lo concreto? Cuando la acción se reduce a gestos, no hay más ética que el sinsorguismo. Quien quiera crecer, que concrete.

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